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☀︎ ¦ CHAPTER 016.

« ¿Semidioses adultos? No creo que sean griegos. »

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Rachel Elizabeth Dare era una de mis mortales favoritas. Nada más convertirse en el Oráculo hacía dos veranos, había aportado nueva energía y emoción al trabajo. Claro que el anterior Oráculo había sido un cadáver seco, de modo que el listón estaba bajo. De todas formas, me alegré cuando el helicóptero de Empresas Daré descendió justo detrás de las colinas del este, fuera de los límites del campamento. Me preguntaba qué le había contado Rachel a su padre -un magnate inmobiliario riquísimo- para convencerlo de que necesitaba tomar prestado un helicóptero. Sabía que Rachel podía ser muy convincente.

Atravesé el valle corriendo seguido de Meg y Akira. Me imaginaba el aspecto que tendría Rachel cuando subiera a la cima: su cabello pelirrojo ensortijado, su sonrisa vivaz, su blusa salpicada de pintura y sus vaqueros llenos de garabatos. Necesitaba su humor, su sabiduría y su resistencia. El Oráculo nos animaría a todos. Y lo más importante, me animaría a mí.

No estaba preparado para la realidad. (Que, de nuevo, fue una sorpresa increíble. Normalmente, la realidad se prepara para mí.)
Rachel se reunió con nosotros en la colina cerca de la entrada de su cueva. Más tarde me daría cuenta de que los dos sátiros que Quirón había enviado como mensajeros no estaban con ella y me preguntaría qué había sido de ellos.

La señorita Dare estaba más delgada y más mayor: no parecía tanto una estudiante de secundaria como la joven esposa de un granjero del pasado, curtida por el trabajo duro y demacrada debido a la escasez de comida. Su cabello pelirrojo había perdido su viveza y enmarcaba su rostro en una cortina de color cobrizo oscuro. De sus pecas solo quedaban marcas desvaídas. Sus ojos verdes no brillaban. Y llevaba un vestido, una prenda de algodón blanco con un chal blanco y una chaqueta verde cobre. Rachel nunca llevaba vestidos.

—¿Rachel? —No me atrevía a decir nada más.

Ella no era la misma persona. Entonces me acordé de que yo tampoco lo era. La chica observó mi nueva forma mortal. Dejó caer los hombros.

—Así que es cierto.

Por debajo de nosotros sonaron las voces de otros campistas. Seguro que el sonido del helicóptero los había despertado y estaban saliendo de sus cabañas y reuniéndose al pie de la colina. Sin embargo, ninguno intentó subir hacia nosotros. Tal vez intuían que algo no iba bien. El helicóptero se elevó de detrás de la Colina Mestiza. Giró hacia el estrecho de Long Island y pasó tan cerca de la Atenea Partenos que pensé que sus patines cortarían el casco con alas de la diosa.

hacia nosotros. Tal vez intuían que algo no iba bien. El helicóptero se elevó de detrás de la Colina Mestiza. Giró hacia el estrecho de Long Island y pasó tan cerca de la Atenea Partenos que pensé que sus patines cortarían el casco con alas de la diosa.

Me volví hacia Meg.

—¿Puedes decirles a los demás que Rachel necesita un poco de espacio? Ve a buscar a Quirón. Debería subir. Que los demás esperen.

No era propio de Meg acatar órdenes mías. Temía que me diese una patada. En cambio, miró nerviosa a Rachel, se volvió y se fue penosamente colina abajo.

THE TRIALS OF APOLLO Where stories live. Discover now