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Jisung despertó con el brazo entumecido, aún recostado en la misma posición en que se había quedado dormido la última vez. Una tenue luz se filtraba a través de las cortinas que colgaban del enorme ventanal, iluminando el rostro del omega que dormía a su lado.

Lo contempló en silencio, dejándose embelezar por sus largas pestañas,  la comisura de su boca y el suave rosado de sus pómulos. La belleza de Minho lo hipnotizaba, haciéndolo desear quedarse allí por toda la eternidad.

Pero ahora descansado y con la cabeza en frío Jisung sabía lo que debía hacer. Se levantó con cuidado de no despertarlo, y se dirigió a la cocina para buscar un vaso de agua, el que dejó en la mesilla junto al sofá donde Minho fruncía el ceño aún dormido.

Agarró las llaves de su auto y su sudadera, decidido a abandonar la residencia, pero al voltearse para dar una última mirada al pelinegro, vio como éste se quejaba entre sueños, como si estuviera teniendo una pesadilla.

Jisung mordió su labio indeciso, y luego de debatirse unos segundos se acercó para posar una caricia en su cabello. Pero al avanzar su pierna chocó con la esquina de la pequeña mesa, y el vaso que había dejado allí cayó estrepitosamente al piso, haciéndose añicos y despertando al mayor.

—¿Jisung? —lo llamó éste restregando sus ojos adormecido.

—¡No te muevas!

—¿Q-qué ocurre? ¿a dónde vas?

Minho amagó a levantarse, ahora del todo despabilado y con una expresión alarmada en su cara.

—Quédate ahí Minho, hay vidrios en el piso —ordenó el menor juntando con cuidado los trozos desperdigados.

—¡¿Te ibas a ir?!

Jisung no contestó, concentrado en limpiar los pedazos de cristal con los que el omega podía cortarse.

—¡Contéstame! —insistió turbado.

—Te dije que me iría en la mañana —masculló entre dientes.

—¡Dijiste que hablaríamos!

—Minho no compliques las cosas, es... es mejor que sigamos como estábamos, ayer estabas borracho.

—¿Y eso qué? ¡Me acuerdo de todo lo que dije y no cambiaría nada! ¡¿por qué eres tan obstinado?!

—¡Por esto! No llevamos ni dos minutos juntos y ya estamos peleando.

—¡PORQUE TÚ NO ESCUCHAS!

—¡NO, PORQUE TODO SIEMPRE ES COMO TÚ QUIERES!

Minho enmudeció, desviando su vista del encolerizado alfa. Lucía pálido y sudoroso, pero sobre todo, contrariado.

—Es cierto, sé... sé que no soy fácil, p-pero si me das una oportunidad... haremos todo a tu modo, lo prometo Sung, por favor —suplicó éste con la voz agitada.

—Minho no se trata de eso, yo... yo no lo sé, no puedo pensar en esto ahora —titubeó el alfa sintiéndose de nuevo abrumado y emprendiendo el camino hacia la puerta —adiós Minho.

Pero éste no se dio por vencido y se incorporó para seguirlo.

—Jisung, espe... ¡AH!

—¡¿Qué ocurre? ¿te cortaste? ¡Minho! —exclamó Jisung, volteándose alarmado por el repentino alarido que había soltado el omega.

—Yo... ¡AHH!

Otra vez un grito desgarrador escapó de su boca, haciendo que se encovara sobre sí mismo, teniendo que sostenerse del respaldar del sillón.

Jisung corrió a su lado, y revisó con desesperación los pies desnudos buscando un corte que le estuviera causando semejante dolor, sin hallar nada.

No fue hasta que corrió los cabellos de su frente que notó la temperatura que tenía. Minho estaba hirviendo, y su rostro se contraía en una mueca de dolor.

—¡¿MINHO QUÉ TIENES?!

—M-mi... mi estómago —gimió con dificultad, de manera casi inaudible —me due... ¡AHH!

De un momento a otro Minho parecía a punto de desvanecerse, el color había abandonado su rostro por completo y sus manos estaban frías y sudorosas.

Jisung lo cargó hasta el auto y condujo tan rápido como pudo. A su lado, el omega se retorcía agarrando su vientre y soltando débiles quejidos con cada nuevo espamo de dolor.

Irrumpió en la sala del hospital, exigiendo que alguien ayudara al chico que cargaba en sus espalda y cuya respiración jadeante sentía contra su nuca, y vio como lo alejaban de él, transportándolo apenas consiente en una camilla.

—¡DÉJENME, DEBO IR CON ÉL! ¡SUÉLTENME!

Jisung trataba de abrierse paso entre dos enfermeros que los sujetaban, impidiéndole seguirlo  más allá de las dos puertas blancas por las que se lo habían llevado.

Luchó como pudo para soltarse, pero ya no le quedaban más fuerzas. Sus manos y piernas temblaban, y apenas podía respirar.

Su lobo soltó un aullido desgarrador y sintió como su alma abandona su cuerpo, dejándose caer en el piso helado y jurándose que nunca se perdonaría si algo le pasaba al omega.

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ROLLER COASTER - HANKNOWWhere stories live. Discover now