· D i e c i o c h o ·

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La moto era vieja

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La moto era vieja.

Era vieja y tenía la pintura azul carcomida. Una pintura que daba la impresión de haber sido increíble años atrás. Y por increíble me refiero a ser ese tipo de pinturas en las que se notaba el entusiasmo por plasmar tus energías en ella, y no solo pintar.

Tenía dibujos de la costa y, si te fijabas bien, un nombre grabado.

Pero yo no podía fijarme bien. No lo hacía porque solo tenía ojos para...

—¿Subes?

Asentí a Jax, y con desconfianza bordeé la moto.

Tomé aire con fuerza antes de elevar una pierna desnuda y pasarla por encima del cuero que hacía de asiento de conductor.

No es que me sintiera insegura en aquella moto.

Es que me sentía desnuda.

Piel contra piel, de mis muslos, sobre la suya.

—Agárrate fuerte —dijo.

Normalmente, las veces que había ido de paquete en la de Angelo, lo agarraba por la cintura, con tanta fuerza que la primera vez le dejé las uñas clavadas en el abdomen. Me daba un poco de miedo la moto, aunque no fuese a admitirlo en voz alta.

En lugar de hacerle caso, coloqué las manos detrás de mí, en el asiento, agarrándolo con fuerza.

—Ya estoy —le dije.

Asintió, como si me hubiese entendido. Jax me había colocado el único casco que tenía. Normalmente iba sin él a la playa. Aunque era obligatorio, nadie multaba en aquel pueblo, pero Jax me lo había puesto sin dejarme rechistar.

Eso, y la forma suave en la que comenzó a moverse, me hizo sentir segura.

Solamente fue por eso.

Se incorporó a la carretera y comenzó a seguir el camino hacia la casa. Apenas tardaríamos unos cinco minutos cuesta arriba con su moto.

Cinco minutos y dejaría de notar sus cabellos ondeando cerca de mi rostro.

Cinco minutos y mis muslos no se apretarían contra los suyos.

Cinco minutos y el calor de su cuerpo tan cerca del mío se evaporaría.

Pasamos una curva con poco visibilidad, ya bastante cerca del casa. En poco tiempo estaríamos en la villa.

Hasta que un coche rojo apareció de la nada, parado en medio de la carretera, y Jax tuvo que dar un frenazo.

Grité, e instintivamente mis manos se soltaron del asiento para agarrarse a él con todas sus fuerzas.

La moto chirrió contra la gravilla del camino de piedras que llevaba a la casa y escuché a Jax maldecir. Giramos y me agarré todavía más fuerte a él, casi entrelazando mis manos sobre su ombligo.

Una Perfecta Oportunidad © 30/03/2023 EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now