· V e i n t i s i e t e ·

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La vida podría ser muy fácil

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La vida podría ser muy fácil.

Pero no lo era.

Y aunque mis problemas nunca serían los mayores del mundo, en aquel momento se presentaban ante mí como un bloque de pared de hormigón.

O más exactamente, como Jax DeLuca en su taller, arreglando su caravana, negándose a hablar con su primo. Y por mi culpa.

Había sido una mañana bastante incómoda cuando en el desayuno Jax se levantó nada más Angelo llegó a la mesa, arrastrando con fuerza su silla.

La Nonna le riñó, y él simplemente se disculpó y marchó de allí. Pero aquella no había sido la única muestra de enfado de Jax hacia Angelo. Habían peleado en otra comida y no se habían esperado para ir a la playa o a correr.

Principalmente, Jax no quería saber nada de Angelo. Y yo me sentía como la mierda porque todo era por mi culpa.

Por eso mismo, después del paseo con Chiara y una larga ducha tras el granizado a los pies de la playa, me decidí a hablar con él.

Me puse un vestido suave de tirantes, porque aunque eran las seis de la tarde el tiempo todavía amenazaba con más de treinta grados a la sombra.

Dejé el pelo mojado secarse en mis hombros, como siempre, y caminé hacia fuera de la casa.... Hacia el garaje donde sabía que Jax se encontraría.

Mi piel hormigueó al entrar en el taller a causa del frío. Las paredes y la humedad siempre propiciaban que la temperatura estuviese varios grados por debajo de lo que había fuera.

El ruido de un taladro me informó que Jax estaba trabajando dentro de la furgoneta. Había pasado mucho tiempo allí los últimos días, así que no me sorprendía.

Suspirando me acerqué a ella, notando en mis oídos como se intensificaba el sonido.

Al llegar me incliné sobre las puertas traseras entreabiertas de la caravana. La sangre subió a mis mejillas al notar a Jax, inclinado sobre unas estanterías, con su perfecto trasero envuelto en unos pantalones y apuntando hacia mí.

Vaya, esto no me facilitaría la tarea.

Carraspeé la garganta mientras avanzaba, pero no pareció ser suficiente, porque no se dio por aludido y continuó inclinándose más sobre la estantería.

Mierda.

No podía apartar los ojos de su trasero.

Invocando toda mi fuerza de voluntad posible, me subí sobre la caravana y caminé hacia él, esperando paciente el momento en el que dejara de usar el taladro. No podía estar ahí por siempre, aunque lo cierto es que la perspectiva de observarle así se mostraba bastante animada.

Pero el sonido del taladro se apagó y Jax lo dejó a un lado.

Vi mi oportunidad de intervenir, dado que todavía no se había percatado de mi presencia, y carraspeé la garganta.

Una Perfecta Oportunidad © 30/03/2023 EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now