Capítulo 0

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Elizabeth

— Hoy vienen las chicas, así que no quiero verte revoloteando todo el día por acá. — Le grito a Thomas mientras salgo de la ducha del baño. — Mierda, hace frío ¿Prendiste la calefacción?

— ¡Siiiii! — Me devuelven el grito desde el piso de abajo.

— Bueno, como te decía... — Sigo hablando mientras bajo las escaleras, cubierta por una simple toalla. — Vienen las chicas, tienes el día libre. No preciso de tus cuidados. Puedes salir a buscar una mujer, un trago o lo que sea. — Le planto una sonrisa de oreja a oreja cuando lo tengo frente a mí.

— Como si me faltaran... — Levanta la mirada y repara mi atuendo de arriba a abajo. — Elizabeth... ¿Puedes cambiarte? Te vas a resfriar, tienes el pelo empapado, estás regando la casa. — Dice mi amigo a regañadientes.

Sacudo mi pelo en su cara y río fuerte con su mirada desaprobatoria. Agarro una botella de agua para volver a mi habitación.

— Necesito un cuaderno. — Pido mirándolo de reojo mientras subo la escalera. Él tiene la mirada fija en su celular.

— ¿Para...?

— Porque hay pensamientos que quiero plasmar y cosas que quiero decir.

— Sabes que siempre me puedes contar todo lo que quieras a mí. — Me habla mirándome a los ojos y yo sé que eso es verdad. Sé que voy a contar con él toda mi vida, pero hay cosas que simplemente todavía no me animo a decirle.

— ¿Me hablarás de sexo? — Preguntó y veo como a través de sus mejillas va subiendo un rubor que apenas se nota.

— Ni lo sueñes, pequeña. — Me contesta tan rápido que me hace reír, otra vez.

— Entonces necesito un cuaderno.

Llego a mi habitación, me pongo ropa interior de algodón negro a juego, es súper cómoda, no deja de ser sexi, y la tanga es diminuta. Me calzó un jean que me dejan el culo como un espectáculo. Y, para arriba, opto por ponerme una camiseta ajustada con un buzo, que simula ser de piel, y es abrigadísimo. Termino de enrollar la toalla en mi cabello. Los pies los enfundo en medias y zapatillas, y me voy preparando mentalmente para recibir a mis amigas.

Thomas me mira bajar las escaleras nuevamente, mientras se aproxima decidido.

— La próxima vez que andes desfilando en toalla delante de mí, no te voy a hablar de sexo. Te lo voy a mostrar ¿Entendiste? — Me susurra al oído, dejándome dura.

Jamás pensé que él tendría una salida así conmigo. Siento el beso en mi mejilla y la puerta de entrada cerrarse. Todavía estoy quieta en mi lugar, como una estatua, mis piernas me obligan a sentarme en uno de los escalones cuando se doblan solas.

Siento el subidón, la adrenalina, mierda, es mi amigo, "habrá sido una broma" deduce mi cerebro.

Saco de mi bolsillo trasero el celular y marco su número, me atiende riéndose del otro lado y ahí confirmo que en realidad se trataba de un simple chiste.

— La próxima vez que me hables así, intenta no dejarme con las ganas. — Su risa se corta en el mismo momento que termino de pronunciar las palabras, ahora es mi turno de reír. — No juegues con fuego Thomas, y deja de suponer que me conoces tanto.

— Eli... — Me gruñe del otro lado.

— Quiero mi cuaderno. — Corto la llamada todavía riéndome.

Enseguida, me manda un mensaje simple "TE ODIO", le envío un icono de una mano haciendo fuck you como respuesta.

Él puede jugar con cualquier chica, pero sabe que no conmigo. Porque prácticamente nos criamos juntos y si yo hubiera caído en sus redes en algún momento jamás tendría el gran compañero que tengo ahora. A pesar de que muchas veces me costó mantener distancia y no mezclar los sentimientos, me gané la lotería. Thomas es la mejor persona que el universo me regaló.

Me deja un cuaderno en la cocina en el transcurso de la noche. Creo que ha venido a asegurarse que no hayamos traído ningún hombre o no estemos haciendo una fiesta clandestina. No sé en qué momento entró, pero calculo que lo hizo por la puerta del patio trasero. En la primera página ya hay un dibujo de él.

Con una hermosa dedicatoria...

"Para la persona más especial que tengo en mi vida. Que todos tus caprichos se hagan realidad y prometo cumplirte la mayoría o, mejor dicho, los que tenga a mi alcance. Te quiero hasta el infinito. Plasma todas las palabras que quieras, pero algún día tengo que leer los pensamientos perversos que se te pasan por esa cabecita."

Me rio. Su firma está en el final. Definitivamente, amo a este chico.

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Thomas

La música suena demasiado fuerte y aparte de los tragos y la mujer que tengo refregándose en mi entrepierna, no le presto atención a más nada. Necesitaba este tiempo a solas. Definitivamente, Elizabeth tiene razón. Estos últimos meses hemos estado tan pegados uno con el otro, que ya la extraño. Siempre fue mi mano derecha, pero realmente siento el vacío cuando estoy sin ella.

Ahora me preocupa pensar si es ella la que realmente me necesita o soy yo. Siento que aproveché su debilidad, en estos momentos, para hacer que dependa de mí. Pero, no sé si es al revés o qué. Todo el tiempo me tiene confundido.

Sé que si me paso de la raya con ella la voy a terminar lastimando, pero hay veces que no encuentro forma de manejar sus arrebatos y odio eso. Porque soy hombre y cualquiera que estaría en mi lugar ya la hubiera puesto en una cama, pero no puedo y no quiero arruinar lo que tenemos. Fue mi jodida luz en momentos complicados y estoy tratando de ser lo mismo para ella. En devolverle un poco de la felicidad que la vida le arrebató. Siento que se apagó su chispa y su magia ante el mundo, pero conmigo sigue siendo ella.

La mujer que no está nada mal, me pregunta una y otra vez si podemos ir a un sitio más privado. No sé en qué momento mi amigo, el que está en mis pantalones, se despertó. Dejo que me guíe mientras salimos del bar y tomamos un taxi. No tardamos en llegar a un hotel. El sexo romántico no es lo mío.

Mi acompañante se desviste entera, mientras que yo, simplemente, opté por sacar mi miembro y enfundarlo en un preservativo. Un gesto de mi mano es lo que hago para que se dé la vuelta, pidiéndole con mi voz ronca, que se coloque en la famosa posición de perrito, para que me deje todo lo que quiero a la vista. Está mojada, así que los preliminares los dejo para otra ocasión. Me entierro en ella tomándola de la cintura con una mano y con la otra agarro su pelo, arqueándola contra mí. Embestidas violentas, sacudiendo mi alma y mis pensamientos. Sus gemidos inundan la habitación, sé que está disfrutando por los sonidos que hace, entonces dejo su cabello e invado su clítoris haciendo presión para que llegue al orgasmo.

No soy un amante egoísta. Me gusta que aprieten mi miembro cuando acaban. Insisto, hasta sentir su sacudida. Me aferro a sus caderas mientras la mujer sigue en su éxtasis. Mi semen se derrama en el preservativo. Y, mientras ella ronronea desfalleciendo entre las sábanas, yo vuelvo a colocar mi miembro en su lugar y salgo de la habitación.

Dejo mi regalo en la cocina de mi amiga, cuando entro en la casa por la puerta trasera, mientras el sonido de las risas femeninas llega a mis oídos. Siento ganas de interrumpir porque tengo ese jodido deseo de verla, pero no me lo permito.

Llego mi casa y después de un simple baño, me acuesto y no dejo de ver la imagen de ella, envuelta en una pequeña toalla.

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