Capítulo 15

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Thomas

Ser un dominante no es fácil, no es lo que todos creen. Hay una línea muy delgada entre infligir placer y pasar al dolor. Los castigos no son exclusivamente para la sumisa, sino también para el amo que no le enseñó bien o se dejó pasar por arriba. Mayormente, el que empleamos todos es hostigarlas, al punto de que chorreen, pero no las dejamos llegar al orgasmo. Pasa lo mismo con el hombre en posición de esclavo. Ver a tu acompañante sexual, tan entregado o entregada a tus emociones, hace que el dominante también sienta dolor entre sus piernas y aunque tengamos permitido descargarnos, no es la misma satisfacción que cuando te siguen el juego.

Escucharla a ella, querer hacer bondage con un hombre me la puso tan dura que pensé que el pantalón me iba a estallar. Tuve que reprimir la ira cuando el maldito Luke, sacó su tanga, pero lo peor fue la punzada de dolor que me pasó por el pecho cuando él tocó sus labios vaginales y se llevó su gusto a la boca. Una mierda.

Los seguí en el recorrido que le estaba dando, cuando este se retiró y la dejó sola ahí, mirando, embelesada, la habitación que simulaba un infierno. Mis sentidos comenzaron a dejar de funcionar. El perfume de ella, su vestimenta ligera, todo me estaba atrayendo como un puto imán. Si lo medito seriamente, sé que me voy a retractar, así que entro sin más.

Mi habitación favorita. Oscuridad plena, música suave que simulan gemidos, y en todas las paredes hay imágenes en movimiento de llamas rojas. El mismo incendio que llevo por dentro. Ella está de espaldas, observando todo. Cierro la puerta y se voltea con el ruido, mirándome de arriba hacia abajo. Mis ojos están tapados con una máscara blanca y mi barba ha comenzado a crecer hace unos días, nunca me la dejó, pero es un buen disfraz para esta ocasión. No lo planee a conciencia, pero me sirve. Mi vestimenta consiste en un traje tipo smoking, ella jamás me ha visto con este estilo, ya que solo la uso para venir por estos lados.

Pongo el cartel que marca la habitación como ocupada y se ve tanto desde afuera como desde adentro. Me despojo del saco, mientras ella no deja de estudiar mis movimientos calculados, dejándolo doblado perfectamente en el sillón. Jamás supo esta faceta mía y así es mejor.

Alguien golpea la puerta, mientras de mi bolsillo saco un pañuelo, esperando su autorización.

— ¿Dónde está el botón de pánico? — Me pregunta entre susurros.

El aparato que ella menciona sirve para esta clase encuentros, con individuos totalmente desconocidos. Si la persona no se siente bien, se siente incómoda o no le gusta su compañero, puede inmediatamente llamar a seguridad.

Se los enseño, sin hablar. En esta habitación hay dos. Uno en la pared de entrada, otro escondido debajo de la cama y aparte lleva uno en su muñeca, tipo pulsera. Lo programan apenas entras, para activarlo con el sonido propio de tu voz, yo también lo tengo. Solo debes decir "código rojo", típico, pero eficiente. La tomo suave para mostrárselo y ella recibe todo con una sonrisa en sus labios. Demostrando así, que confía en quién sea que está frente a ella. Eso me cabrea, más de lo que pude llegar a imaginar, pero era la idea. Mostrarme seguro y con conocimientos del lugar, para que caiga en mis manos.

— Elizabeth, ¿Estás ahí? — Puto Luke, espero no tome distancia por la intromisión.

— Sí. — Contesta ella, débilmente, mientras me niego y la rodeo para ponerme detrás de ella. Mis guantes blancos rozan su cara levantando el antifaz y colocando la venda en su sitio. Mis intenciones son jugar un poco, ver hasta donde se anima, ya que es su primera vez por estos lados. Quiero que respete mi identidad, así como yo supuestamente hago con la de ella.

— Traje el voluntario que me pediste. — Le informa su acompañante a través de la puerta cerrada.

Beso su cuello, pasando mi lengua lentamente, y ella tarda en contestar. Mientras aprovecho para tocarle los senos, sobre la ropa, rodeándola así con mis brazos y estrellándola contra mi pecho.

Querido DiarioWhere stories live. Discover now