Capítulo 4

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Thomas

Cuando Elizabeth me contó los planes que tenía para que Christian se volviera loco por ella no me causó ninguna puta gracia. Primero me enojé, después aflojé, posteriormente me volví a enojar y me ofrecí a acompañarla. Luego, fue su turno de enojarse y no me quedó otra cosa que resignarme. La quiero muchísimo, no dejaría que nadie la lastimara, pero es verdad tiene que aprender a volar. A arreglárselas sola, a defenderse, a experimentar. Hasta me planteó entre risas que ya no sabía si le gustaban los hombres o las mujeres. Creo, igual, que le gustan más los hombres, por lo que pude notar a lo largo de estos años; se derrite con cualquier musculito que aparece y no hace asco a nada. Rubios, morocho, pelirrojos, una vez un albino la dejó con la baba colgando.

Los encuentro tomando un helado en el shopping. No iba a aparecerme por ahí, pero la moto me trajo, lo juro.

— Hola, ¿Qué hacen? — Pregunto poniendo la silla del lado del revés, sentándome a horcajadas y depositando mis increíbles brazos cruzados en el respaldo, a la vez que apoyo mi barbilla y juego con el piercing de la lengua.

Al ver que no contestan levanto mi ceja, donde tengo una marca de un corte que supuestamente me lo hice en una pelea, pero fue la primera vez que me subí a la moto.

— Thomas, ¿Qué estás haciendo por acá? — Me pregunta mi amiga entre dientes.

— Tenía que comprar algunos artículos que me faltaban para el viaje, como preservativos, vaselina. — Logro que mi amiga se sonroje, pero Chris me da una palmada en la espalda riéndose.

— Muy bien hombre, yo ya guardé algunos también. — Le guiña un ojo a mí... A Elizabeth. Qué lindo le quedaría el ojo negro.

Muerdo de más mi piercing y me causo un pequeño dolor. Pero, eso no me detiene, me paro y casi tiro la silla con el ademán brusco. Eli, deja la tacita de plástico sin terminar el helado, se para justo frente a Christian y lo toma del brazo. Le susurra algo al oído y él le muestra su sonrisa matadora. Seguramente, como no, ella se dio cuenta de mis intenciones antes que el idiota que se hace llamar mi amigo. Al cual le repetí no una, sino mil veces que ya no se acercara a Elizabeth. Porque las cosas que me dijo que quería hacer con ella, no es una imagen que me gustaría tener en la cabeza.

Trato de recomponerme, pero la furia se me nota en las venas del cuello.

— Chicos, chicos, falta demasiado para el viaje, pero bueno, yo también quiero adelantarme. Voy a comprar un traje de baño Thom, ¿Quieres venir? — Sé que me invita por cortesía. Porque somos inseparables, pero igualmente los sigo, estoy seguro de que ella pensó que me negaría. 

Dejarla sola con él hoy, no es una opción en estos momentos.

Entramos a una tienda de lencería femenina. ¿Cuántas cosas había visto de estas puestas? ¿Cuántas tangas desgarré? Desde que me inicié en el sexo no paré. No había nada que me sorprendiera, por lo menos hasta el momento. Le pasé a mi amiga una maya entera color rosa pálido. La descartó rápido diciéndome que era horrible y optó por una entera de color rojo. Pero no era entera, de esas enteras, cuando se la prueba y sale con ella puesta. La parte de arriba se conecta con la de abajo por un pedacito de tela solo por delante; tiene un agujero en el medio justo a la altura de las costillas y se vuelve a unir en su pelvis. Mi cara de póker está ahí, mientras que a mi supuesto amigo, se le cae la baba sin disimular nada.

— Ni hablar, ¿Cuándo y con quién te hiciste ese piercing? — Apunto a su ombligo, ni siquiera me dijo que lo tenía.

Se encoge de hombros y da media vuelta mirándose al espejo. La espalda al descubierto y el pedacito de tela que apenas le cubre el culo, hace que mis ojos se centren en mis pies. Christian le pasa otro conjunto negro y esto es suficiente para mí. Cuando sale del cambiador la parte de abajo no le tapa nada, solo un poco la parte de adelante y la de arriba, son dos triángulos chiquitos que dejan al descubierto dos pedazos de tetas, que si no me falla la vista, tienen una medida de 100 o 110 aproximadamente. 

No tiene la panza chatita tipo modelo, tomamos cerveza y gaseosa todo el tiempo. Muy pocas veces entrena conmigo, pero es ágil, tiene un culo de infarto y unas piernas con carne que... ¿Hace cuánto tiempo no la veía así? ¿Dos años, tanto cambió?

Me levanto y me voy. Ni siquiera tengo la cortesía de despedirme. Que se vayan a la mierda y que Christian siga baboseándose con el lomo de mi mejor amiga, mientras ella le ofrece el espectáculo que había planeado.

Es sábado, así que me dirijo directo a casa a bañarme para bajar el mal temperamento, con una ducha bien fría. Me visto, con ropa casual y me muevo hacia un bar, solo. Al ser un lugar donde frecuento me encuentro con un par de conocidos. Después de un largo tiempo, varias cervezas encima y unos besos subidos de tono con una rubia, diviso a Christian riéndose con gente a su alrededor. La amiga de la rubia que está conmigo, le muestra las piernas a este inútil. Gruño acercándome a él.

— ¿Y Elizabeth? — Le digo, poniéndome muy cerca de su cara.

— Después del gran desfile que me brindó hoy, la deje en su casa temprano, la invité, pero no quiso venir. — Contesta encogiéndose de hombros.

Esa es mi pequeña, la noche no es lo suyo, salvo cuando sale con las chicas y conmigo. Todo está relativamente tranquilo, pero este estúpido colma mi paciencia, cuando lo veo estampar a la mujer que se le insinuaba, en una de las paredes del bar, le toco el hombro y apenas se da la vuelta, le coloco una trompada en la boca ocasionando que él responda con una en el estómago. Después de un rato tratando de separarnos, Elizabeth es quien grita mi nombre e instantáneamente mis manos se congelan, no me gusta que ella me vea moliendo a golpes a su futuro novio.

Le dejo muy claro que si lo llego a enganchar de nuevo haciendo esto, mientras anda con mi amiga, lo voy a golpear una y otra vez hasta que le quede claro que con ella no se jode.

Lo demás pasa todo muy rápido. Elizabeth agachándose a ver los cortes de la cara de Christian en el suelo de la puerta del bar. No sé cómo llegamos hasta acá. La cabeza me da vueltas. La rubia se cuelga de mi cuello y la beso mientras miro de reojo a mi pequeña, que se levanta hecha una furia y mirándome de la misma manera, con bronca en sus ojos. Se va caminando hacia el taxi que la espera y no sé en qué momento llamó.

Yo creo que había venido en mi moto, pero no me importa. Despego a la que se me está colgando del cuello y me deslizo junto a ella en el vehículo. Nos dirigimos a su casa sin cruzar ni una palabra. Corro al baño mientras ella cierra la puerta. Vomito y después de enjuagarme la boca ella me espera con una pastilla y un vaso de agua.

— ¿En serio Thomas Collins? ¿En serio? Agarrarte con Chris a las trompadas, alguien que posiblemente sea como tu cuñado próximamente, aparte que es tu amigo... — Cuando ella dice mi nombre y mi apellido está cabreada.

Bajo la cabeza, tiene razón, lamentablemente.

— Me voy.

— Ni lo pienses, acuéstate.

Me señala la cama de abajo que ya está preparada, le hago caso, es la única mujer, mejor dicho la única persona, que siento que me da órdenes por mi propio bien y yo las sigo, no siempre, pero al menos la mayoría de las veces.

En el medio de la noche escucho risas y mi dolor de cabeza se intensifica. Bajo y veo a mi pequeña limpiando los cortes de Chris y a la rubia que estaba conmigo en el bar, sentada mirándolos, como si quisiera hacer un trío con ellos.

Querido DiarioWhere stories live. Discover now