Capítulo 30

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Thomas

... — Rosa roja. — ...

El grito que salió de mi garganta fue desgarrador o al menos es lo que sentí yo desde mi pecho, la voz ronca por el deseo y la frustración, la impotencia de estar amarrado y no poder sacarla de los brazos de Luke, arrebatársela, y demostrarle que es mía en todos los sentidos de la palabra.

Haber sentido su cuerpo para mí y que, de un momento a otro, esté empalada por ese personaje, que se la daba de profesor, dentro y fuera del club, fue lo que me llevó al extremo, lo que me hizo tocar fondo.

Elizabeth, rápidamente volteo a mirarme, alejándose del cuerpo del idiota que interrumpió un perfecto plan, me miró completamente desconcertada. Mientras que Mistic reaccionó rápido, llevándole una bata a ella para que se cubra, murmurando un lo siento a la mujer que me miraba, como si hubiera salido de otro planeta, como si no fuera real.

— ¿Pasa algo? — Pregunta Luke y ella no le responde. Se acerca a mí, lentamente. Mi libido se había ido a la mierda y estaba totalmente flácido y rendido, dejando caer mi peso contra las cuerdas, con la cabeza mirando hacia el suelo.

El primer movimiento que realizó, fue sacar mi careta de un tirón, como si le doliera saber lo que se iba a encontrar debajo. Y, efectivamente, el grito que dio ella fue muchísimo más desgarrador que el mío y dolió, me dolió tanto, que cuando ella se tapó la boca con la mano para impedir que sigan saliendo los sonidos que nos estaba matando a los dos, automáticamente mis ojos se llenaron y, en menos de cinco segundos, comenzaron a derramar las lágrimas contenidas. La situación se me había ido completamente de las manos. No quería que llegáramos a esto, pero estaba tan perdido en su juego, que no pude pararlo antes, no quise.

Desesperada intentó desarmar las cuerdas, pero se le hacía prácticamente imposible con sus manos temblorosas. Mistic y Luke miraban la escena. Luke porque me conocía y Mistic porque no pensó que esto iba a llegar a lastimarnos de tal manera. Era un simple y puto juego, que tenía como finalidad hacer realidad las fantasías de las personas. No destrozarle los corazones.

Cuando logra desatar una de mis manos, las dos personas restantes reaccionaron. La mujer ayudó a sacar las cuerdas del otro lado y él me sostuvo. Con odio en mi mirada se lo agradecí, porque estaba demasiado devastado como para comenzar una pelea. Mi cuerpo se arrodilló por inercia, a pesar de estar sostenido.

— Váyanse, por favor. — Dijo Eli entre sollozos, sin despegar su mirada de mí. Los dos obedecieron sin titubear.

Se puso a mi altura, arrodillada, y nunca la había escuchado tan rota como ahora. Me sacó la camiseta a tirones, desesperada, inspeccionando mi espalda; pasando sus manos por las marcas que me había dejado con el látigo. No me dolían, realmente no lo hacían. Lo que me dolía se encontraba más adentro, no estaba en lo superficial, el alma, el corazón, el pecho. No sé, no tengo el lugar específico, es toda esa maldita zona y hace que me cueste respirar.

Ella lloraba, yo lloraba. Sus caricias paraban y seguían, con dedos temblorosos, hasta que nuevamente quedó delante de mí.

— ¿Por qué? ¿Por qué, Thomas? Sabías que sentía algo por ti ¿Por qué me hiciste esto? ¿Desde cuándo...? — No la dejo terminar la frase.

— Odio, realmente odio, que estés haciendo esto. Hablamos del tema o le ponemos fin a todo. — Sé que estoy yendo hasta el fondo con esta charla, pero ya había tocado el maldito infierno cuando él se colocó entre sus piernas. — No puedo esperarte en casa sabiendo que es aquí a donde vienes a desahogarte. Si quieres este mundo te lo doy porque lo conozco, pero no así. No tienes límites. Déjame enseñarte, déjame ser tu maestro o tu compañero.

Querido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora