Iniciación: Noche de juegos

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Luke

Ella viene hoy a que le enseñe un poco de este mundo. No sé si estará a la altura. Voy a poner lo mejor de mí para ver a donde están sus primeros límites. Todavía no logro deducir si está hecha o no para ser una dominante. Más allá de que fuera de estas paredes sea mi alumna, y yo le sobrepase un poco la edad, irradia inocencia por donde se la vea. Tiene cuerpo de mujer, eso no lo niego. Me encantó saborearla aquella vez, pero no es lo que llega a saciarme y lo sabe. Por eso me ofrecí a ser su maestro en este mundo también, donde apenas se está iniciando. La invité para descubrirla. Tiene esa chispa que todo hombre quiere despertar. Si llega a ser de sumisa, muchísimo mejor. Las primeras veces que vino se deslumbró por el bondage y ya está tomando clases para realizar esos nudos intrincados que quedan eróticos en cualquier cuerpo, ya que parecen obras de arte que despierta morbo y seducen con tan solo mirarlos. Si bien le di un tour por el club mostrándole la variedad que ofrece, también quiero que vea, de primera mano, una sesión mía.

No soy un dominante que tiene una sumisa en especial, con contratos y todo eso. A mí me gusta venir y elegir a las que están disponibles o simplemente participar en los juegos de otro. La cité para las 23:00 hs, mi idea está trazada. Espero que ella se sienta cómoda.

Pido un trago fuerte para poder soltarme un poco más. No es que esté nervioso, ni nada por el estilo.

La veo entrar e instantáneamente se me seca la garganta. Pensé que iba a venir como siempre. Con esas prendas sexis y diminutas que tiene; shorts, remeras que dejan su perfecto abdomen a la vista. Pero no, hoy optó por algo muchísimo más subido de tono. Botas largas de cuero que llegan hasta su rodilla. El antifaz de siempre, ese negro de encaje que deja ver perfectamente sus ojos marrones. Mierda, no es rojo, ni negro, lo que trae puesto, que es el color normalmente usado por estos lados. Es un vestido blanco que apenas le tapa las nalgas, se ciñe en su cintura y deja rebosar las copas de sus senos, demostrando que no trae nada puesto debajo.

El pelo lo lleva en una cola de caballo perfectamente estirada y alta. Lo tiene tan largo que las puntas rozan su espalda baja al caminar.

Se le ilumina la cara cuando me ve en la barra y apresura el paso para darme un beso en la mejilla, está sonriente y rebozando ansiedad. Me contagia y le regaló una sonrisa de lado, tomando el final del trago.

— Estás bellísima. — La halago, porque es la verdad.

— ¿Seguro? No quería ponerme lo típico. Vi este vestido y me enamoré, pero es un poco pequeño para mi talle. — Noto que tiene un cierre largo detrás de su espalda. Ella habla inspeccionándose, lo baja de un lado de su pierna y lo sube del otro, intentando encajar en la prenda.

— ¿Preparada? — Indago, mirándola a los ojos.

— Sí, maestro. — Afirma tanto con la boca como con la cabeza. No me dice amo y eso no sé por qué me frustra levemente, sabiendo hacia donde se dirigen sus preferencias.

— Te dejaré elegir. Lo que quieras para mí está bien, puedes repetir lo que yo realizo o preguntarme si precisas otra cosa. — Hago que me tome del brazo, para llevarla a donde las personas solas, como yo, buscan sus parejas de una noche. Opta por una sumisa y un sumiso. Los dos están arrodillados en el suelo con solo ropa interior puesta.

— ¿Límites?. — Les consulto a los dos.

— No los conozco. — Dice ella y él simplemente niega sin emitir sonido.

Elizabeth se agacha a mirarlos a los ojos y les levanta la cara con el dedo índice, puede que algunos piensen que es un gesto dulce e inocente, pero noto como los envuelve en esa aura especial que tiene. Apenas los toca. Primero a uno, luego al otro.

Querido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora