Thomas: Montaña rusa

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No me dejan participar en nada. El club me hace tocarme varias veces por noche descargando todo en el baño que más al alcance tengo. Sí, el dinero que gano es genial y estoy juntando bastante para mudarme y lograr ser independiente, pero todo es una puta tortura. Me niegan en todos lados dónde miro más de la cuenta, haciéndome volver a mi puesto de trabajo. Aunque sea mayor de edad, sigo siendo un crío para los que frecuentan este lugar.

— Buenas noches. — Susurran en mi oído y mi piel se eriza con la voz de la Reina. No sé cómo se hace, pero como no aguanto más, adopto una postura sumisa que fui aprendiendo como buen observador.

— Reina, ya no puedo resistirme, necesito algo de todo esto. — Con delicadeza y una sutil forma sensual que aprendí por estos lados, me acerco a ella.

No la miró a los ojos, pero agarro su mano besándole el dorso y disimuladamente la llevo a mi entrepierna que palpita encendida por los pensamientos que se me vienen a la cabeza, típicos y lógicos, que te da el sitio. No soy virgen, pero este tipo de sexo que se ve en estas paredes me vuelve loco. Ella sonríe seguramente maquinando con lo que me va a hacer. Y, me importa una mierda si no es apropiado. La quiero saltando en mi miembro toda la puta noche.

Me lleva de la mano a la habitación de la orgía. Ahí no hay distinción. Hace que me desnude y me ponga un preservativo. Ella no me toca, solo me mira mientras me siento en una silla y le pide a varias mujeres que me manoseen. Una me monta de espaldas como si no hubiera un mañana, mientras que otra me pone las tetas en la cara para que me deleite con ellas. Una tercera se une mientras se besa con esta última y lleva mis dedos hacia su entrada, que chorrea con mis movimientos inexpertos. Si tardé diez minutos en explotar, creo que estoy siendo generoso conmigo mismo. Me limpian entre todas y en el proceso de las caricias mi verga empieza a recobrar vida nuevamente.

Ordena que se alejen de mí y, no aguanto, viéndola cómo se pone cuando manda. Se sienta sobre mi regazo, colocando un nuevo preservativo con sus manos ágiles. Se lo introduce tan lentamente que no dudo en soltar un gemido, mientras muchos de los que están en la habitación se detienen a nuestro alrededor para mirar el espectáculo. Esto funciona así y no me inhibe, al contrario, necesito demostrarles a todos que estoy hecho para esto. Así que sin pensarlo dos veces, me alzo con ella todavía pegada a mí, tomándola de la cintura. La recuesto con un rápido movimiento en la alfombra de la sala, frente a todos, quedando arriba de su cuerpo. La penetro tan fuerte, que grita de placer mientras le doy un par de nalgadas cuando envuelve sus piernas en mi cintura. Ella me mira furiosa queriendo voltear los papeles, pero soy más rápido y más fuerte tomándola de las muñecas y colocándolas por encima de su cabeza. Desato las ganas contenidas de tantos meses trabajando y mirando cosas que a mi edad solo podían vivir en mis más oscuras fantasías. Me muevo con furia y con ansias de dejarle en claro cómo me puso su puto juego.

No paro de arremeter en su entrada, haciendo que ella termine con un grito de éxtasis que llega a mis testículos, haciéndome descargar lo acumulado. Sé que esto es el comienzo de un largo camino. Porque si esto es lo que aprendí mirando, no quiero imaginarme lo que pueda llegar a ser si lo práctico.


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El sadomasoquismo es más normal de lo que alguna vez imaginé. Las varias prácticas sexuales que se ven en la típica pornografía son sencillamente liberadoras para muchos. En mi caso, me hacen salir de la realidad que vivo y me ayuda muchísimo a controlar la ira. Es como ¿el yoga?, bueno, algo así. No tengo idea de con qué compararlo, pero tiene ese no sé qué, que te hace estar más controlado en los actos. Me ayuda a tranquilizarme en momentos de tensión y a exhalar e inhalar cuando realmente las cosas se me salen de control.

Querido DiarioWhere stories live. Discover now