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*Amaris*

A la mañana siguiente, me dolía todo el cuerpo, en especial los pies. Había sido una noche algo ajetreada, después de bailar con Nathan unas cuantas piezas, Thomas, Myrna y yo habíamos ido al jardín para tontear el resto de la noche, mi primo se había excedido un poco de copas de hatte, por lo que fue más divertido. Era muy común verlo insultar a su padre en sus conversaciones, pero no que lo hiciera con el tono de ebrio mientras se tambaleaba por los jardines del reino.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe y entró Aurora. Ya estaba vestida mientras que yo seguía en pijama. Qué novedad.

— ¿Conoces algo llamado privacidad? — pregunté de mala gana mientras la volteaba a ver, pero cerró la puerta detrás de ella emocionada. Cuando hizo ese movimiento noté apenas que me dolía ligeramente la cabeza. Supongo que cortesía de las dos copas y media de hatte que me tomé la noche anterior.

— Y... ¿Qué tal anoche? — preguntó con una sonrisa enorme. Sus mejillas estaban más coloradas de lo normal. La miré con fingida confusión y al ver que no respondí de inmediato volcó los ojos — Con Nathan, tonta.

— ¡Ah! — exclamé divertida — Querías saber si tu plan malévolo había funcionado. — interrogué con un tono de ofensa mientras le lanzaba una almohada. La esquivo con facilidad — es... un buen chico. Me invitó a Bonvrad el próximo fin de semana.

— Me alegro. — admitió mientras escondía una sonrisa aún más grande que la anterior. No podía negar que, si era lindo, pero no me hacía tantas ilusiones. Ese parecía ser el trabajo de mi hermana que parecía vivir a través de mí. — Por cierto, vas tarde al entrenamiento. Como siempre. Te acompañaría, pero tengo que encargarme de algo que mamá me pidió. — explicó mientras volvía a abrir la puerta y salía. ¿Qué cosa le habría pedido madre? — Te veo en la tarde. — se despidió mientras volvía a acercarse a la puerta de mi cuarto y la abría, iba a empezar a interrogarla, pero para evitarlo me lanzó la almohada que yo le había arrojado antes. Tardé dos segundos en reaccionar y atraparla con ambas manos para que no me golpeara la cara. Escuché como la puerta se cerraba y ahogaba el sonido de una risita de parte de mi hermana. Ella era la que solía entrenarnos.

— ¿Entonces quién va a dar el entrenamiento? — pregunté en un tono algo alto para que me oyera, pero ya se había alejado lo suficiente como para no escucharme. Solté un suspiro y me levanté cansada. La cabeza me seguía doliendo como un infierno. Me encaminé a mi escritorio mientras bostezaba y tomaba la jarra de agua que había dejado mi hermana la mañana anterior y me serví un vaso. No había notado lo seca que tenía la boca hasta que el agua empezó a pasar por mi garganta. Tenía demasiada flojera, lo admito, pero no podía faltar al entrenamiento.

Cuando salí del cuarto ya arreglada. Me había puesto un sayuelo de color melón. En el lado derecho de la parte superior traía el león con alas, solo que, en vez de traer la corona en la cabeza, dos espadas estaban cruzadas en frente del animal. Tomé mi espada que guardaba en mi armario y la puse en la vaina que traía puesta. Una vez estuve lista, me decidí bajar las escaleras, pude notar que ya había un par de personas merodeando en el castillo. La mayoría eran parte de la servidumbre, corriendo de un lado a otro para preparar un desayuno para más de cincuenta personas.

Mientras cruzaba el comedor, tomé una manzana de la mesa ganándome una mirada desaprobatoria del chico que acababa de poner el tazón con frutas y me dirigí a la puerta del castillo para salir al patio de entrenamiento donde estaban los demás guerreros.

Había dejado la puerta de mi habitación abierta, por lo cual no me sorprendió ver a Lovel deambulando por el lugar. Se me había olvidado por completo darle algo de comer, ya iría a la cocina a rogarle a las cocineras.

El Reino De Kadvav: Mi Secreto (#1) [En Curso]Where stories live. Discover now