*Rubén*

Oscuridad.

Era todo lo que veía. No sabía cuánto tiempo había pasado. Semanas, ¿Un día? ¿Horas? ¿Segundos? ¿Meses? O si siquiera seguía vivo.

Sólo tenía visiones repentinas. Me ahogaban de golpe con toda la información. La línea se reescribía. Todo cambiaba. Tardaban en llegar, a veces todo estaba tranquilo, pero cuando llegaban, me abrumaba. Demasiada información.

"Para que veas las consecuencias "

Resonaban esas palabras en mi cabeza, segundos antes de ver las visiones.

Una era sobre Damon.

— Es hora. — murmuró él. Amaris estaba a su lado.

No pude indagar más. Otra visión.

"Las consecuencias de tus actos, Rubén. No puedes jugar con el cosmos"

Amaris.

Estaba caminando por las calles de Kadvav, siguiendo las luces. Mis luces. Venía a mí. Estaba cerca, ¿Una cuadra, tal vez? Su rostro irradiaba confusión y asombro por lo que sus ojos contemplaban. Expresaba todo con la mirada. Otra. Imágenes aleatorias. Un libro. Sobre el don de la luna. Ambos collares, Damon y Amaris.

Cambio.

"Presta atención"

Abdul. Estaba corriendo en el bosque. Una mejilla cortada, el cabello despeinado y los ojos llorosos. ¿A dónde iba? Cruzaba el lugar a toda velocidad, con un arco en la mano derecha y una espada en la otra.

Siguiente.

Mi muerte.

Empecé a sentir mis parpados. Pesaban demasiado. Podía sentir mi pecho subir y bajar con rapidez. Con dificultad abrí los ojos. La luz del sol que entraba por la ventana me cegó unos segundos. Abdul me veía fijamente.

— Despertaste. — escuché su voz aliviada. Me rodeó con los brazos emocionado. Su abrazo hizo que me doliera cada parte de mi cuerpo, pero me reconfortó a la vez.— Pasaste la noche inconsciente. Te logré bajar al primer piso junto con Vet y ella trajo unas cobijas del palacio. Murmurabas cosas que no pude entender. Fuera de eso estabas inmóvil. Por momentos sentía que estabas muerto, pero seguías respirando. He querido contactarme con Damon, pero se rompió mi espejo en la tormenta de anoche, y no me atreví a dejarte solo. — empezó a hablar sin descanso. Asentí con la cabeza, la cual acababa de descubrir que me dolía como el demonio.

— Gracias, Abdul. En serio. —lo frené antes de que siguiera hablando. Mis agradecimientos eran sinceros. Totalmente. Él me dedicó una sonrisa tímida. Traté de devolvérsela. Una sonrisa forzada, pero mis comisuras la formaron por un momento. Recargué mi cabeza en lo que debería de ser el suelo, pero estaban varias cobijas de seda impidiendo que mi cuerpo lo tocara. Me pregunto cómo habrá hecho el chico para bajarme de las escaleras. O para siquiera moverme. Mi mente divagó por las visiones. Por la última, en especial. Sentí que mi piel se enchinaba de tan solo pensar en eso. Mi muerte, ya tenía fecha, lugar y hora. Y lo más probable era que no pudiera cambiarla sin arruinar todo de nuevo. En parte lo merecía, enfrentar a Suv con descaro, forzar el vínculo, permitir que la línea tomara otro camino. Había sido mi culpa. Esa era mi condena. Cerré los ojos un segundo, tratando de calmar mi respiración. Abdul no podía saber. Nadie podía.

— ¿Tienes sed? — preguntó mientras se levantaba de las cobijas y se dirigía a la fogata. Ví sangre en su playera rasgada. Tenía una venda alrededor de la espalda y en su abdomen. Tenían sangre. Mucha sangre.

— ¿Qué te pasó? — pregunté mientras me paraba de golpe. Sentí el piso moverse. Me tambaleé mareado y me sujeté de la pared. Abdul me sostuvo del brazo para evitar que me cayera. No puedo recordar la última vez que estuve tan débil. Tan vulnerable.

— No fue nada.. — murmuró apenado. Sus mejillas se pusieron rojas. — Después de que despertarás, todo empezó a caer y a volar por todas partes. Un fierro me cortó en la espalda, pero no afectó a la columna. Vet me ayudó a curarme. Tal vez quedé una cicatriz, pero no es nada. Estoy bien. — explicó. Sentí un nudo en la garganta. El fierro pasó por su espalda, sin lastimarlo a fondo, pero pudo ser distinto. Pudo morir. Y eso sería por mi culpa, porque yo lo traje a este lugar. Porque me conoce. La sangre que derramó anoche fue por mí.

— Date la vuelta. Te terminaré de sanar. — le ordené. Negó con la cabeza.

— Estás débil. No lo harás.

— Lo haré. — le repliqué. — Date la vuelta.

— Ya te dije que no. —se negó.

—¡Maldita sea, Abdul! ¡Date la vuelta! ¡Es mi culpa! Déjame arreglar aunque sea una parte de todo... — Sentí una rabia invadir mis venas y un dolor en el pecho, como si algo lo estuviera aplastando. Oprimiendo. No por Abdul. Por la situación. Por todo. Ya no tenía el control total. Y eso me estresaba.

El Reino De Kadvav: Mi Secreto (#1) [En Curso]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant