|| Prólogo ||

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Detrás de un serio semblante y una pose altiva, pequeños y crecientes nervios se instalaban en el interior de un alfa de cabellos rubio platino, caminando con paso firme por los grises pasillos de la enorme instalacion donde trabajaba.

Le había llamado el director jefe a su mismísima oficina, y cuando aquello ocurría solo había dos posibles razones viables: Uno, te van a promocionar, halagar por un buen trabajo y probablemente subirte el sueldo, cosa que Rusia dudaba demasiado (su antipatía por Interpol, el jefe de la organización, era conocida por todos); Dos, la has cagado tan irremediablemente que te van a despedir, o reprender duramente, ¡felicidades!

Fuese lo que fuese, no le proporcionaba ningún tipo de confianza.

La insufrible y larga caminata llegó a su fin para presentar una puerta de firme madera teñida artificialmente de negro, una placa dorada atornillada pulcramente en el material, las siglas de su jefe carvadas en el metal.

Inspiró y exhaló levemente, alzando su puño y chocando sus nudillos un par de veces contra la madera, esperando a la orden de entrar. La voz grave y seria del director hizo eco en el interior, un seco "adelante" que le obligaba a entrar.

Aunque nada más entrar percibió el extraño ambiente que allí dentro se respiraba; No, no ambiente: olor.

Estaba acostumbrado al de su jefe: un alfa gruñón y amargado que representaba aquel estado de ánimo con un fuerte olor a pólvora y metal, casi asemejando a la sangre; pero en aquella habitación no solo se percibía el de él.

Olía dulce, olía a omega.

No tardó en identificar al dueño del aroma; un hombre delgado y más bajito que él (aunque aquello no fuese difícil), de facciones elegantes y suaves. Labios rosados y regorditos, mejillas marcadas y nariz respingada; ojos plateados enmarcados por unas finas gafas doradas que contrastaban con sus orbes.

Alemania.

Le conocía: todo el mundo hablaba de él y su mal temperamento, pero nunca había tenido la oportunidad de hablarle de cerca.

Tenía que reconocer que, aunque aquella mirada gris le estuviera juzgando y sus labios estuvieran torcidos en una mueca desaprobatoria, su esencia era de lo más placentera: Mazapán y limón.

No era excesivamente empalagosa como la de otros omegas, los cuales parecían estar hechos de algodón de azúcar y caramelo como sangre; no, era un dulzor fresco, un pastel navideño con un toque cítrico que combinaban como anillo al dedo.

La fingida tos de su jefe le sacó de su ensimismiento, avergonzándose con levedad al darse cuenta de que se había quedado mirando al azabache, el cual no parecía demasiado complacido y le observaba con el rostro arrugado, ojos suspicaces y brazos cruzados.

—He dicho, Rusia, siéntate.

Asintió dos veces, pidiendo disculpas y sentándose en uno de los sillones de cuero marrones que estaban disponibles en la oficina de Interpol. Le dio una última y rápida mirada a su compañero, frunciendo el ceño con confusión al no saber el porqué de su llamada.

—¿Y bien? ¿Puedo obtener ya alguna respuesta sobre por qué me ha llamado, señor?—Preguntó, o casi demandó el alemán con un tono de voz irritado, su pie moviéndose impaciente e intranquilo.

Interpol resopló cansado, copiando al menor y cruzándose de brazos para mirarle con una expresión estoica en su rostro; se sentó en el borde de su escritorio, enfrentando a sus dos subordinados.

—Alemania...he podido ignorar las anteriores veces en las que me han llegado quejas sobre tu comportamiento en el trabajo, pero esta ya es la quinta.

Rusia observó cómo el omega se tensaba, apretando el cuero de los brazos del sillón hasta hacerlo ligeramente rechinar, su dulce aroma tornándose ácido por el miedo que se podía oler en él.

𝐈𝐧𝐝𝐨𝐦𝐚𝐛𝐥𝐞 - RusGer || OmegaverseWhere stories live. Discover now