|| Capítulo 8 ||

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Las persianas de su habitación se encontraban bajadas hasta la mitad, una tenue luz iluminando vagamente el cuarto; Alemania no había hecho todavía el amago de levantarse, esperando enredado entre sábanas a que sonara el despertador, aunque no hubiese dormido en toda la noche.

Sus ojos estaban rojos, llorosos y ligeramente hinchados. Estaba cansado, lágrimas secas manchando sus mejillas y almohada; no podía derramar más, deshidratado y exhausto, solo podía abrazarse a sí mismo y mirar a la nada de su oscura habitación.

Tras el suceso del día anterior había vuelto a la comisaría, pero su estado de ánimo sólo detonaba un dolor absoluto; se encerró en su oficina, y aunque intentó trabajar para distraerse, aquel sentimiento de pánico y culpa le carcomían por dentro. Imágenes del ruso ensangrentado le invadían la mente, sus jadeos de dolor y sus propias manos manchadas de su sangre; se las había lavado, pero un color rojizo se había quedado impregnando en ellas.

Bélgica le intentó animar, pero fue en vano; Alemania estaba devastado, shock recorriendo todas sus venas, no decía palabra, no podía hablar ni escuchar, mudo y sordo ante el resto de la gente.

La vida del ruso estaba en completa incertidumbre, y había sido por su culpa.

No terminó su jornada laboral, yéndose a casa debido a su malestar ante la apenada mirada de la belga, que le instó a descansar.

No pudo hacerlo, una vez llegó a su apartamento se desplomó en su cama y, como si por fin le hubiesen dado permiso para ello, se descompuso en lágrimas amargas, sollozos y pequeños hipidos que se había estado aguantando todo el día. Todo le vino de golpe de nuevo; sus siempre bordes contestaciones, sus actuaciones imprudentes, la imagen del ruso empujándole para protegerle.

Aquello era lo peor; lo había protegido, lo había salvado aún sabiendo que lo odiaba, ¿y cómo se lo agradecía él? Con insultos y malas miradas.

Lloró toda la noche, arrepentimiento nublándole la vista, ahogándose entre sus propias lágrimas y mocos. No era tristeza, era rabia y culpabilidad, una amargura que le castigaba de pronto.

Cada vez que se calmaba lloraba más fuerte, recordando con un inmenso dolor las palabras del ruso; cómo decía que era lo peor que le había pasado en la vida, y cómo deseaba que se fuera de ella.

Alemania pensó que ya estaban mucho mejor, que su relación ya no era tan mala como al inicio, él genuinamente pensaba que no iban mal encaminados, que podrían llegar a ser amigos; ¡se habían reído juntos! ¡se toleraban mucho más! ¡estuvieron trabajando con juntos durante más de mes y medio!

Oh, qué equivocado estaba.

—"¿Cómo he podido ser tan imébcil? ¡Pues claro que me odia! Le he tratado fatal desde el primer minuto, le he insultando y denigrado, ignorando sus ayudas y siendo un niñato maleducado, ¿cómo he podido pensar que podría llegar a agradarle?"

Tarde en la madrugada sus lágrimas se secaron, incapaz de llorar más se quedó bajo sus sábanas, hecho una bola y abrazando sus propias piernas para buscar algo de calor. No tenía fuerzas para nada, le escocían los ojos y le dolían los pulmones de tanto hiperventilar.

Nunca le habían afectado demasiado las palabras ajenas, pero la fuerza que usó el ruso, la ira saliendo de sus labios y aquellos ojos llenos de dolor y de asco...sentía que le habían desgarrado la piel de poco en poco.

Sonó por fin el despertador, pitidos estridentes y molestos que indicaban que tenía que preparase para ir a trabajar. No sé movió de su sitio, sin ganas ni fuerzas para mover un solo músculo.

𝐈𝐧𝐝𝐨𝐦𝐚𝐛𝐥𝐞 - RusGer || OmegaverseWhere stories live. Discover now