|| Capítulo 19 ||

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Rusia sentía una tranquilidad interior y una paz mental que no había experimentado en un largo tiempo.

Había hecho caso a Alemania y las siguientes semanas no había prestado atención a la presencia del italiano. Además, cuando el alemán le aseguró de que era más importante que aquel mediterráneo (o eso entendió él), su autoestima había dado un vuelco de buena manera.

Continuaron haciendo su vida juntos, con más quedadas que de costumbre cuando tenían tiempo libre; Rusia le acompañaba siempre que Alemania iba a pasear el perro de sus padres, y aunque aquel parque estuviese a una hora andando del apartamento del eslavo, él siempre iba. Además, siempre que iban juntos acababan yendo a la cafetería del lago (ya eran casi consumidores estrella).

Pero no solo eso; Rusia también cumplía los caprichos del alemán e iba con él los domingos que él quería para ver a los perros del centro canino. Argentina siempre les daba alguna divertida mirada y algún comentario subido de tono respecto a lo servicial que era el ruso, pero lo intentaba pasar por alto.

Claro, no todo era esfuerzo del alfa. Alemania, que también le había cogido gusto a quedar con él, nunca decía no a cualquier plan que el ruso propusiese: "¿Quieres ir al centro?" Por supuesto; "Hay un restaurante muy famoso que quería probar" ¿coreano, chino, estadounidense, mexicano? Daba igual, ya estaba reservando; "Hoy tengo que ir a comprar comida para mi gato" No sabía ni que comían, pero ya tenia las zapatillas puestas.

El resto de la comisaría había comenzado a apuntar en un cuaderno los días hasta que Alemania llegase al trabajo con una mordida en el cuello. Por ahora llevaban veintitrés palitos.

Como era de esperar, Alemania y Rusia se encontraban en aquel mismo momento en la oficina del primero, charlando animadamente en un pequeño descanso para el café. Reclinados en sus sillas y mirándose el uno al otro, reían y conversaban sobre anécdotas de su infancia, cada vez conociéndose más a fondo.

—Claro, yo tenía veinte años y estaba a cargo de un niñato de cuatro y una bebé de dos que apenas caminaba, ¿en qué pensaba mi padre? Ya podría haber adoptado a alguien que tuviese el cerebro desarrollado.

Alemania soltó una carcajada, dándole ub flojo golpe al brazo del ruso como reprimenda—¡Oye! Al menos ya tienes práctica para cuando tengas hijos.

Rusia le miró con una sonrisa, suspirando con pena fingida—Visto lo visto no sé si tendré hijos pronto.

—Ay bueno, depresivo, que tienes treinta y un años, no setenta; aún no estás menopausico.

Rodó los ojos, pero no pudo reprimir una pequeña risilla por lo dicho por el alemán. Le miró entonces, dándole un pequeño sorbo a su café.

—¿Tú quieres hijos?

Alemania frenó poco a poco de girar en su silla, tornando su sonrisa en una mueca pensativa. Se cruzó de brazos, un leve "hmm" vibrando en sus labios.

—Sí, supongo que sí—terminó por concluir, sonriendo ligeramente—Aunque con uno solo me basta.

—Concuerdo—suspiró el eslavo—Pues dichoso sea el que acabe contigo.

—Uy, Rusia, ¿te me estás confesando?—soltó una avergonzada carcajada el alemán, mirando con una divertida sonrisa al contrario. Así, con aire juguetón, estiró su pierna para, con su pie, subir levemente el talón de los pantalones ajenos, como hacían en aquellas cursis películas de amor debajo de las mesas.

Las mejillas del ruso se colorearon pudorosas, pero antes de que pudiese negar nada, un par de toques en la puerta de la oficina resonaron en esta, cortando el travieso ambientes que habían creado.

𝐈𝐧𝐝𝐨𝐦𝐚𝐛𝐥𝐞 - RusGer || OmegaverseWhere stories live. Discover now