|| Capítulo 25 ||

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Cuatro precisos disparos resonaron en la amplia y marginada habitación, estruendos metálicos que siguieron al apretón del gatillo. Cuando quiso disparar un quinto, Alemania notó que la pistola que portaba se había quedado sin munición.

Chasqueó la lengua irritado, manos diestras y profesionales no tardando más de cuatro segundos en tirar el cartucho del cargador a la mesa, y posicionar uno nuevo con sus trece resplandecientes balas doradas, su pistola reglamentaria, una HK USP Compact, lista para usar.

Tres tiros más resonaron entre las paredes, aunque el sonido era entumedecido gracias a los auriculares con almohadillas que insonorizaban su ruido.

Alemania se encontraba en el campo de tiro de la comisaría, una habitación grande pero apartada de las demás instalaciones, de paredes grises y sin vida, luces led blancas que iluminaban fríamente, y cajas de pistolas, subfusiles o pequeñas ametralladoras que probar.

No frecuentaba mucho aquel lugar, siendo más bien reservado para la policía activa, los cuerpos de seguridad ciudadana, que venían para practicar su destreza y puntería; aún así, tenía licencia, y de vez en cuando no venía mal desestresarse.

Bueno, más que desestresarse, Alemania había venido a expulsar ira acumulada.

Sus disparos eran fieros y determinados, ambas manos agarrando la pistola en una perfecta maniobra, respiración controlada y sin inmutarse ante el retroceso de cada bala. Apuntaba a los maniquíes empapelados de metal, golpes explosivos que chocaban una y otra vez ante la lámina con forma humana, una diana negra y roja que se había llenado de agujeros.

Habían pasado cuatro días desde su pelea con Rusia, cuatro días en los que le había ignorado por completo. Ni una sola palabra, ni un misero suspiro a su lado.

Puede que le rompiese un poco el corazón ver de reojo el triste y desdechado rostro del ruso, y quizás podría admitir que odiaba ver sus ojos, antes azules, ahora rojizos, con ojeras violetas adornando su perfecto rostro; pero Alemania estaba enfadado, demasiado.

Al siguiente día de su discusión, Rusia intentó volver a hablar con él, pero el alemán ni siquiera reconoció su presencia, ignorándole como si no existiera, haciendo que no le escuchaba, como si no estuviese ahí. La única palabra que le pronunció fue un frío y serio "lárgate".

Los siguientes dos días, Alemania ya le había dejado bien en claro que no le quería ver por el sector de homicidio, ni siquiera para pasear. Y si se lo encontraba por los pasillos de la comisaría, seguía para adelante sin regalarle ni una mísera mirada.

Rusia, efectivamente, estaba destrozado, toda esperanza tirada y pisoteada.

Echaba de menos su voz, echaba de menos sus bonitas y únicas sonrisas, sus pequeños colmillitos asomar, sus ojos brillantes plateados que ahora se habían convertido en el gris más oscuro que había visto jamás.

Pero Alemania no podía perdonarle tan fácil, no tras haber estado metiéndose en unos asuntos tan personales, tan traumáticos, y fingir que todo estaba bien.

Alemania frunció aún más el ceño, el recuerdo haciéndole apretar el mango de la pistola con fuerza, índice derecho apretando tres veces más el gatillo, un trio de perfectos agujeros apareciendo en el corazón del maniquí.

Se quitó los cascos con rabia, tirándolos a la mesa con movimientos torpes e irritados, un gruñido en sus labios. Le dio a un botón rojo incorporado al lateral de la mesa, pronto un sonido mecánico haciendo que la lámina de metal se acercase poco a poco hasta él, la silueta agujereada mostrándose con nitidez.

No le dio tiempo a pensar en nada, cuando de repente un silbido impresionado se escuchó a su izquierda, algo lejano pero resonando en la insonorizada habitación.

𝐈𝐧𝐝𝐨𝐦𝐚𝐛𝐥𝐞 - RusGer || OmegaverseOnde histórias criam vida. Descubra agora