CAPÍTULO II

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25 de Agosto, 1839

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25 de Agosto, 1839

Casa de los condes de Pembroke, Londres

—¿Es necesario realizar una fiesta, madre?

Lady Emily se giró indignada hacia su segundo hijo, que hace dos meses había llegado desde Pembroke anunciando que había decidido emprender un viaje para conocer otros lugares en búsqueda de un propósito, aunque su madre había intentado —vagamente— persuadirlo de quedarse y comenzar con la vida de cortejo en Londres. Nada había funcionado, claro estaba ya que su hijo se negaba a dejar de lado aquel sueño y el cual pensaba cumplir hasta que decidiera empezar a formar su propia familia.

—Creo que tengo el derecho a celebrar que todos mis hijos se encuentran en casa para esta temporada —comentó con el ceño fruncido—. Que ustedes decidieran venir para la temporada me hace querer celebrar aún más una fiesta en nuestro hogar.

—Debes saber que desde el año anterior asisto a las fiestas por Margareth, ella nos necesita para mantener a los caballeros que le presentas lo bastante alejados —se burló Frederick, el mayor de sus siete hijos—. Madre, acéptalo, ella desea casarse por amor, no por conveniencia.

—¿Qué saben ustedes de su hermana? —inquirió a la defensiva lady Emily—. No están la mayor parte del tiempo en los bailes, no saben cómo piensa ella.

—Pero al menos notamos que ella no disfruta de las charlas con aquellos pretendientes —expresó Frederick mientras tomaba una galleta y se la llevaba a la boca.

—Ella apenas habla con nosotros, al menos así era antes de que se fuera con nosotros a Pembroke —tosió Edmund, pues se había tragado un pedazo grande de una galleta y está le había raspado la garganta—. Dígame, madre, ¿alguna vez la has escuchado hablar o reír con alguno de ellos?

La condesa pensó en todas las propuestas de matrimonio que había rechazado su hija desde su debut, o al menos cuando estaba en Londres ¿Cuántas propuestas habían sido? Como mínimo, tres. Y ahora ni siquiera recordaba que su hija sonriera o que hubiera suspirado por alguno de ellos.

Meneó la cabeza y le señaló a la doncella cuáles arreglos florales debían disponer por los lugares donde se celebraría el evento, vestíbulo, pasillos y los que irían en las mesas junto a la comida y las bebidas.

Pensó en Margareth que, a sus diecinueve años, seguía disfrutando de un lugar prominente en la sociedad; varias familias adoraban y respetaban a los Middleton, la mayor de sus hijas tenía una belleza deslumbrante y una voz tan particular que muchas mujeres envidiaban ya que le daba ese aire de inocencia que desprendía cada vez al hablar. Aquello era algo que orgullecía a lady Emily, pero hacia un tiempo que su alegre Margareth estaba distraída y tal vez melancólica en uno de sus tantos pensamientos. Por eso mismo, esperaba que con la llegada de sus hijos y con la eminente fiesta, su hija pudiera volver a sonreír, aunque fuera para sus hermanos.

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