CAPÍTULO XXIII

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Capítulo editado

Quedaba alrededor de una semana para que acabara Septiembre y él había pasado dos días en cama debido a un terrible resfriado, una consecuencia por desvelarse entre las cuentas en su despacho

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Quedaba alrededor de una semana para que acabara Septiembre y él había pasado dos días en cama debido a un terrible resfriado, una consecuencia por desvelarse entre las cuentas en su despacho. Por eso mismo es que John se encontraba agradecido de que su cuerpo estuviera, esa misma mañana, mejor como para levantarse de su cama. Por lo que no había tardado en darse un baño de agua caliente y vestirse, aunque su desayuno tuvo que servírselo en su despacho luego de pedirle al mayordomo que quedaba al mando cuando Freddie regresaba con él a Petersfield. Pero le aseguró que no planeaba tomar su almuerzo en el despacho nuevamente, por lo que ordenó que se le sirviera en el comedor.

Por eso, cuando cruzó las puertas del comedor, John se sobresaltó al oír la tímida voz de la joven que le observaba desde su asiento en la mesa.

—John, me alegro de que se haya levantado —dijo levantándose de su asiento con sorpresa—: ¿Cómo se siente el día de hoy?

John no daba crédito al tono preocupado que destilaba la voz de Margareth Middleton y menos aún en las palabras que ella había pronunciado. Porque de algo estaba seguro y es que ella nunca lo había llamado por su nombre de pila, incluso si fuera debido a la entreda sorpresiva que él había realizado. Él no le había dado la oportunidad para hacerlo con libertad y que le sonriera como siempre solía hacerlo, le agradaba.

Un detalle que él había notado tras pasar tiempo con ella, al conocerla un poco más, era de que sus sonrisas variaban según a la persona que iban dirigidas. Pero las que ella le regalaba a él eran las más amplias y alegres.

—Hoy desperté mejor, aunque no completamente recuperado, debo admitir —murmuró él—: ¿Cómo se siente el día de hoy, señorita Middleton?

Dio un paso adelante hasta que estuvo frente a ella y depositó un beso en sus nudillos enguantados, como siempre, pero no la soltó de inmediato.

—¡Oh, yo estoy de maravilla! —exclamó avergonzada—: Su madre me ha invitado para almorzar juntas —dijo con sus mejillas sonrojadas—. Supongo que ella creyó que usted permanecería más tiempo en cama.

—Nadie me avisó de que estaba aquí —confesó él. Entonces, en silencio la instó a tomar asiento y él tomó su asiento habitual en la cabecera de la mesa, por lo que Margareth quedó sentada a su izquierda—. Dígame, ¿mi madre le ha estado alentando a venir estos dos días de mi convalecencia?

Por un instante recordó que la joven no gustaba demasiado de las conversaciones largas, pero llevaban un tiempo encontrándose y a ella la notaba más relajada a su alrededor, lo cual él veía como todo un logro.

—Tal vez, milord —respondió ella, soltando una risa ante la sorpresa de John al escuchar aquel comentario con tono burlón—. Su madre tuvo algo que ver con mis visitas en estos días, pero ella me resulta una compañía de lo más agradable y, al parecer, en mi casa no se me necesita ya que nunca frenan mis salidas.

John ladeó la cabeza y la estudió. Siempre le resultaba agradable oírla hablar, pero cuando ella soltaba comentarios burlescos, le provocaban una sorpresa exquisita, ya que con eso podía oír la melodiosa risa de la joven.

Entonces, surgió la idea de que, si su futura esposa resultaba ser tan encantadora y hermosa como Margareth Middleton, y, solo entonces, él comprendería las razones por las que un hombre que ha conocido a la mujer correcta se termina enamorando de su mujer. Pero ¿sería capaz de encontrar alguien como la joven frente a él? Negó ante tal interrogativa, puesto que dudaba que existiera una joven que le llamara la atención como la que ya tenía en frente.

Y, estaba aquel tema que tanto posponía.

Él necesitaba una esposa, situación que comprendía debía hacer por obligación y porque anhelaba tener una familia en algún momento. Pero cada vez que su madre le presentaba a una joven soltera, se veía reacio a conocerlas, ya que él tenía una idea de lo que buscaba en una mujer y cuando creía que su madre le presentaba a la indicada, algo dentro de él se negaba en aceptar los sentimientos de una joven que acababa de conocer.

Frenando cualquier comentario que él estaba por decir, la estridente voz de su madre irrumpió en el comedor, rompiendo el ambiente que se había creado.

—¡Ah, hijo, te has levantado! —exclamó cuando notó que estaba sentado en la mesa—: He invitado a almorzar a la señorita Margareth, no lo ha pasado muy bien estos dos días.

John frunció el ceño ante aquello y se giró hacia la joven.

—Pero usted me ha dicho que estaba de maravilla.

—De salud, estará de maravilla, hijo —comentó su madre y asintió a los empleados para que les trajeran el almuerzo—. Pero ella es joven y soltera, por lo que, en tu ausencia te has perdido la propuesta que ha recibido.

De haber tenido su servicio en las manos, John estaba seguro de que los habría dejado caer ante la estupefacción de lo que su madre le comentaba ¿Margareth había recibido una propuesta de matrimonio? Se preguntó mientras observaba a la joven, quien estaba con los labios fruncidos y en silencio absoluto.

—¿Lo ha aceptado?

Con un gesto de negación la joven le respondió y él no sabía si debía estar feliz por aquella respuesta.

—Bueno, siempre queda esperar a la próxima temporada —comentó lady Basset—: Solo debe esperar al hombre indicado, es bueno no aceptar la primera propuesta.

—O la cuarta —dijo la joven en un susurro.

Luego de eso, él se mantuvo en silencio la mayor parte de la comida. No sentía la necesidad de llenar el silencio, ya que su madre hablaba perfectamente por los dos.

John dedicó ese tiempo en observar de reojo a la joven que sonreía y hablaba cuando podía dar su opinión en la conversación unidireccional que su madre solía tener en ocasiones.

Entonces, él pensó que Margareth tomaría la confianza suficiente al contraer matrimonio ya que eso solo sería si ella pudiera mantener contacto físico con su futuro esposo y así tener una vida feliz. John estaba seguro de que bajo la protección de un caballero ella no temería y sonreiría con más naturalidad, en vez de que se sintiera forzada a caerle bien a las personas.

Solo con esos pensamientos, él comprendió por qué su madre le instaba a contraer matrimonio. La felicidad que puedes darle a una joven o la que te puede dar, sin mencionar de los hijos, porque él deseaba tenerlos.

Cuando terminaron, John debatía si volver a su habitación o retomar su trabajo abandonado.

—Es un día hermoso —murmuró su madre poniéndose de pie—: ¿Qué les parece si damos una vuelta por el jardín? Más tarde podremos ir a dar un paseo más largo en Hyde Park, si gusta señorita Middleton.

Margareth ladeó la cabeza y sonrió.

—Creí que no le gustaba caminar cuando yo le visitaba —comentó con burla la joven, provocando una carcajada en John.

Sin pensarlo demasiado, él extendió su mano para ayudar a la joven a levantarse de su asiento; y cuando ella estuvo en pie, él se apresuró a colocar la mano de la joven en su brazo y salieron al jardín bajo el resplandeciente sol.

Sin pensarlo demasiado, él extendió su mano para ayudar a la joven a levantarse de su asiento; y cuando ella estuvo en pie, él se apresuró a colocar la mano de la joven en su brazo y salieron al jardín bajo el resplandeciente sol

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