CAPÍTULO XLIV

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Capítulo editado

Margareth no podía creer que John pudiese ser más atento con ella y es que cuando este encontraba tiempo libre lo dedicaba en pasarlo juntos

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Margareth no podía creer que John pudiese ser más atento con ella y es que cuando este encontraba tiempo libre lo dedicaba en pasarlo juntos. Por lo que cuando la pareja estaba en el mismo lugar, se les podía apreciar sus manos entrelazadas mientras conversaban alegremente sobre el día de John o de lo que planeaba hacer ella durante el día.

La casa estaba tranquila, le habían dado unos días de vacaciones a algunos sirvientes para que pasaran tiempo con sus familias y, los pocos que se quedaron, pasaban su tiempo en servirles cuando fuese necesario ya que el clima no era bueno para salir, pronto terminaría el invierno, pero las ventiscas eran gélidas y nadie permanecía mucho tiempo fuera.

Esa mañana John había tomado la iniciativa de liberarse de su trabajo para poder llevar a su mujer con su familia en la ciudad, por lo que en ese momento regresaba del pueblo y saludaba con una reluciente sonrisa a su mozo ¿Lo extraño? Este no le devolvió el saludo, más bien, le murmuró un saludo que detonaba tristeza.

—¿Qué ocurre? —preguntó, entonces se alarmó—: ¿Está bien mi mujer? ¿Dónde está ella?

El mozo lo observó con preocupación.

—La señora está en su saloncito privado —le tranquilizó, pero eso no duró mucho—: Esta tarde ha estado llorando y su doncella personal nos ha informado que le entreguemos las cosas más antiguas y sin valor para que la señora pueda sentirse mejor —le guio hacia el saloncito—. No sabíamos lo que ocurría hasta que nos informó la situación —agregó, pero su voz se quebró al decir lo último—: Su esposa no ha quedado embarazada, señor, lo lamento.

John no sabía cómo sentirse, por lo que se detuvo frente al saloncito y el mozo le dejó solo en el pasillo. No había recordado que su mujer estaba constantemente tocando su vientre, no creía que eso se debía a que pronto descubriría si sería madre y hoy tenía su respuesta. Tal vez uno de ellos era infértil, pensó con enojo. Si ese era el caso, se enfadó al pensar que él podría ser el problema y que le estaba privando a su mujer de tener un hijo. El cargaría con la culpa si resultaban ser infértiles, fuese él o ella, le importaba poco tomar aquella carga con tal de que Margareth no pensara que era su culpa.

Notó su mano temblorosa cuando se decidió por abrir la puerta del saloncito y averiguar en qué estado se encontraba su esposa ¿Qué le diría? No lo sabía, ya que nunca pensó sobre lo que le diría cuando ella no quedara embarazada y aun si hubiera tenido tiempo para pensar en algo, lo habría olvidado todo. Pues la imagen que tenía ella en aquel pequeño saloncito era un retrato de la tristeza e impotencia.

—¿Sabes? —murmuró ella en un hipido—: Muy dentro de mi sabía que nada ocurriría —agregó ella llevando sus manos a su cintura y suspiró. Por otro lado, él no dijo nada, solo cerró la puerta y se acercó con precaución—. Había estado muy nerviosa en los últimos días, supongo que las ansias de ser madre no bastaron para concederme tal regalo y me siento horrible por siquiera anhelarlo —dijo mientras se giraba—. Algunas nacen para ser madres y otras no.

Al Hombre Que Amo [#1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora