Amaya

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Es una chica de 16 años que vivía en un gran palacio, ya que sus padres eran reyes. Al despertarse en la mañana, noto que le dolía la garganta, pero que decidió no darle importancia. Pensó que con ignorar el problema, se le pasaría, pero que al irse al colegio seguía con el dolor y para su mala suerte iba aumentando cada vez más y más.

—Como duele—se quejó.

Cuando salió del colegio, se fue a ver a su novio quien era dueño de una gran empresa que se dedicaba a la compra y venta de propiedades. Era mayor de ella 6 años. Cuando la vio llegar su alegro mucho, pero al verla con detenimiento supo que algo le pasaba a Amaya y se preocupó.

— ¿Qué pasa amor?—le pregunto levantándose de la mesa.

—Nada—ella trato de disimular sonriendo, pero su cara de dolor decía otra cosa.

—Por favor—dijo tratando de sonar a que estaba ofendido—se te nota que algo te duele ¿Qué te pasa?—se acercó a ella para abrazarla.

—Está bien Armando me atrapaste—rodo los ojos—desde que me desperté en la mañana me duele la garganta, no me dolía tanto como ahora.

—Vamos con el médico, yo te acompaño.

Amaya le tenía muchísimo miedo a las agujas y era caprichosa.

—No—dijo con pesar.

—Es necesario mi amor—le beso la frente.

—Está bien—volvió a rodar los ojos.

Armando manejo hasta el palacio, como Amaya era menor de edad, necesitaba la autorización de sus padres. Ellos se molestaron un poco al saber que Amaya no les dijo nada, pero que en ese momento la salud de su hija era lo más importante. Como estaban muy preocupados, los dos acompañaron a su hija al médico, ellos sabían el miedo que ella tenía y en caso de ser necesario querían darle apoyo. El palacio tenía doctor. Por lo que Amaya un poco más confiada fue, pero eso no quitaba que estaba nerviosa.

—Hola Amaya—dijo el doctor sonriendo al verla triste—pasen por favor.

Armando la tenía abrazada. Los 4 entraron se sentaron en las sillas.

—Hola—dijo muy despacio.

— ¿En qué les puedo ayudar?

—Amaya—dijo Armando—está enferma, le duele la garganta desde está mañana.

Alejandro sabía que Amaya le tenía miedo a las agujas desde pequeña, él siempre había sido su doctor.

—Pasa a la camilla por favor—pidió.

Amaya se levantó y también Armando para acompañarla. El doctor Alejandro la reviso muy bien y descubrió que tenía una fuerte amigdalitis, por lo cual sería necesario inyectarla para que la infección no se agravara, pero que al verla tan asustada no sabía cómo decírselo, pero que tenía que hacerlo.

—Amaya—dijo con pesar—tienes una fuerte amigdalitis y es necesario inyectarte.

—No—dijo casi llorando.

—Hija—dijo su padre—si Alejandro dice que es necesario, porque lo es—fue hasta donde su hija estaba y la abrazo.

—Papá—dijo cerrando los ojos.

—Mi amor—dijo su madre acercándose a ella—aquí estamos contigo.

—Si quieres amor, yo lo hago—se ofreció Armando—claro si no te importa—le dijo al doctor

—No claro que no, con que reciba el antibiótico, está bien—Alejandro sonrió.

—Vamos a mi cuarto—dijo.

Amaya quería alejarlo lo más que podía. Llegaron a su cuarto rápido. Armando empezó a preparar la jeringa. Amaya con solo de pensar en lo que pasaría ya tenía lágrimas en los ojos. Sus padres y ella estaban sentados en la cama. Amaya tenía la cabeza agachada. Armando estaba a sus espaldas para que Amaya no viera nada.

—Amor—dijo el cariñosamente—listo—le sonrió.

Amaya se levantó y se desabrocho el pantalón, estaba temblorosa.

—Papá me abrazas, por favor—le pidió.

—Claro mi princesa—dijo el con mucho amor.

La abrazo. La madre de Amaya estaba acomodando la almohada.

—Acueste hija—dijo ella.

El padre de Amaya de acostó primero y Amaya después, ella puso su cabeza en el pecho de su padre. Él la abrazo y su madre le sujeto las piernas para que no se moviera. Armando bajo su ropa interior y rápidamente paso el algodón con alcohol, quería hacerlo rápido para no darle oportunidad a su novia que se arrepintiera. Puso su dedo pulgar e índice en su glúteo.

—Espero todavía no lo hagas, no estoy lista—volteo a verlo.

Armando sonrió al escucharla como una niña pequeña.

—No lo hagas rápido—dijo llorando—no me la dejes caer.

—Tranquila mi amor—dijo el con voz suave—lo hare despacio, lo prometo. No te pongas dura—pidió.

Armando con mucho cuidado metió la aguja.

—Au—grito ella llorando—duele—dijo al sentir que el líquido entraba.

—Falta poquito—dijo el metiendo el líquido—no te muevas.

—Me duele—decía una y otra vez.

—Terminamos—Armando término de meter todo el líquido, puso el algodón y subió su ropa interior con su pantalón.

Amaya lloro un ratitomás. Su padre se levantó y ella junto con Armando se acostaron en la cama, élla tenía abrazada. Amaya se quedó dormida al poco tiempo.  

Miedo a las Agujas E InyeccionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora