CAPÍTULO 29

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El sujeto limpió una de las sillas y se sentó, poniendo el rifle en sus piernas.

-Ahora, los dos me van a decir sus nombres. Y no quiero trampas ¿entendido?, detesto a los idiotas que se creen más listos que yo. Primero tú chico.

-Caleb, mi nombre es Caleb. Ella es Rachel.

-¿Te pregunté su nombre? No, yo se lo preguntaré a ella. -le respondió, apuntándole con su dedo mugriento al pecho. -Como sea, ¿que los trae a Islington?

-Pasamos por casualidad.

-Sí claro, y yo soy el Padre Tiempo. Nada de trampas, dije.

-Está bien, está bien. Estamos buscando París.

-¿París?-exclamó el sujeto entre carcajadas.-Nadie busca a París, París sólo deja entrar a los que desea.

-Tenemos nuestras razones.

-Oh, miren nada más al Señor Secretos, Dios me perdone pero me simpatizas. Mi nombre es Anatoli, recién nombrado alcalde de Islington.

-¿Qué pasó con el viejo alcalde?-preguntó Rachel.

-Al pobre anciano lo mataron mientras se escondía en la alcaldía.

-¿Quién lo mató?

-Harán unos dos meses que aparcaron aquí dos naves pequeñas con insignia negra. Hombres crueles y despiadados. Se hicieron pasar por comerciantes germanos y estuvieron un par de semanas.

-¿Y qué ocurrió después?

-Llegó otro grupo, armado hasta los dientes y juntos saquearon el puerto como demonios. Tratamos de defenderlo hasta donde pudimos, pero nos tomaron por sorpresa.

-¿Piratas de aire?

-No, esos perros no se atreven a venir aquí. Era gente diferente, más...profesional. Ahora quedamos un puñado que se niegan a abandonar la plataforma.

-¿Qué pasó con sus dirigibles?-preguntó Caleb.

-Robados o quemados, lo que convenga, ahora no queda nada.

-Podríamos llevarnos a algunos.

-Ni hablar, los muchachos y yo ya lo discutimos y no nos moveremos de aquí. Es nuestro hogar al fin y al cabo.

Anatoli se levantó y fue a buscar algo al cuarto contiguo, regresó con algunas latas de comida y les pasó para que comieran.

Cuando terminaron se levantó.

-Bien, tomen sus armas. Los llevaré a que conozcan Islington y a mis muchachos.

Salieron de la estación de radio y Anatoli les mostró lo que quedó de las antiguas atracciones del pueblo, incluso los dejó comer uno de los escasos postres que sobrevivieron de la pastelería.

Luego los llevó a la alcaldía, un edificio de aspecto neoclásico que tenía un impacto en una de las columnas.

-Aquí están mis cuarteles. -dijo con un guiño.-¡Muchachos, soy yo!-completó con un grito.

-¡Vaya jefe, ya nos temíamos lo peor de los forasteros!

Dos hombres de mediana edad abrieron la puerta de madera y les permitieron pasar. Dentro era un verdadero desastre de comida, basura y armas. Posiblemente eran diez sujetos, todos ya maduros.

-Bienvenidos a lo que queda de Islington.-les dijo, cuando se reunió toda el grupo.-Tropa, saluden a Rachel y Caleb.

-¿Son piratas?-preguntó uno.

-No, sólo viajeros. Se quedarán por esta noche y mañana partirán.

A la mañana siguiente, despertaron en un ajetreo. Nadie se percataba de que se hallaban todavía en cama.

Caleb se levantó al ver a Anatoli.

-Anatoli.

El hombretón giró y encaró a Caleb con una mirada amenazadora.

-¿Ustedes los trajeron?

-¿A quiénes? No sabemos de lo que hablan.

-El técnico de la radio detectó algo acercándose, algo grande.

-No tengo la más mínima idea.

Uno de los hombres entró apresuradamente.

-Alcalde, están aquí.

Anatoli volteó.

-Tomen sus armas y ocúltense lo mejor que puedan, mantengan comunicación y no ataquen. Si son muchos no deben saber que estamos aquí.

El hombre asintió y volvió a salir.

-En cuanto a ustedes dos, vienen conmigo. Levántense. -dijo Anatoli, mientras tomaba a Caleb del hombro.

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