Al instante se iluminó un gran espacio casi del tamaño de la casa. Escritorios, libreros y archiveros se hallaban desperdigados por doquier y cada pocos metros se hallaban extraños instrumentos que Caleb jamás había visto, cuyo tamaño iba de algunos centímetros a incluso, un par de metros.
-Bienvenidos a mi Santuario, cada científico, erudito y sabio importante en la Biblioteca, posee uno. -dijo orgulloso.
Caleb comenzó a recorrer el lugar.
-¿Por qué mantiene esto en secreto?-susurró para sí.
-Porque es peligroso mostrar esto al mundo. Tenemos enemigos ¿lo sabes?-respondió Bernard, que evidentemente lo escuchó.
-Lo siento, no era mi intención.
-No importa, ahora, acérquense.
Caleb se acercó junto a Rachel a un escritorio bastante desordenado, donde Bernard manipulaba un instrumento que no podían ver.
Se incorporó dejando al descubierto una pequeña plataforma de metal con algo parecido a un espejo sostenido por un brazo móvil.
-Ahora, el objeto-dijo señalando a Rachel.
Rachel miró a Caleb, que se limitó a mirar sin atreverse a mover ningún músculo. Él aún no confiaba lo suficiente en Bernard.
-Dáselo. -le dijo serena.
-¿Por qué habría de hacerlo?
Bernard comprendió.
-¡¿Cómo te atreviste a entregárselo?!
-¡Me lo quitó! Estaba inconsciente y él necesitaba una garantía.
-¡Esto es más importante que tu estúpida garantía! ¿Qué te prometió? ¿Dinero?-le dijo toscamente.
-No te incumbe.
Bernard comenzó a moverse agresivamente hacia Caleb, que deslizó la mano poco a poco hacia su cuchillo, si era necesario lo usaría.
-¡Basta los dos!-dijo Rachel interponiéndose entre ellos. --¡Caleb por favor, sólo dáselo!-mencionó, mirándolo con furia.
-Escúchala Caleb, ahora mismo yo soy su aliado, y sé que esta ciudad no es segura.
Caleb relajó los músculos y la tensión en el ambiente se redujo. Su mano se movió hacia la esfera plateada que aún guardaba consigo.
La sacó y la observó por una última vez, admirando su belleza y finura. Luego se la entregó en la mano a Bernard.
Éste la colocó en la base, de una manera delicada y suave. Luego se apartó y con un ademán inclinó el brazo mecánico con la lupa. Bernard presionó un botón y la pequeña base comenzó a desarmarse y a volver a ensamblarse de una manera escalonada, acercando el objeto al cristal.
Poco a poco el objeto se fue acercado al cristal, permitiendo observar los delicados rasgos en el metal plateado.
Bernard manipuló el cristal que al parecer era capaz de enfocarse a distinta intensidad. Pronto, ante sus ojos adquirió el tamaño de un puño. Y descubrieron su error, no era completamente lisa.
Pequeñas muescas casi imperceptibles recorrían la superficie, trazando extrañas figuras de una perfección asombrosa.
Se entrelazaban círculos, líneas y extrañas formas rectangulares, mientras una débil energía blanca recorría cada muesca. Por un instante quedaron hipnotizados.
-¿Qué es está cosa?-dijo Caleb en un susurro.
-No lo sé. Es antiguo-le respondió Rachel.
-Sea lo que sea, es importante. La Mano Negra lo quiere. -soltó Bernard.
-¿La Mano Negra?
-Eso explica que los hombres de Bathorn estuvieran siguiéndome todo el maldito viaje. -aclaró Rachel, sin prestar atención a la pregunta de Caleb. Por su parte, él recordó haber escuchado ese nombre antes.
-¿Bathorn? ¿Danaguer Bathorn? ¿El señor de Neápolis?
-El mismo.
Bernard apagó el instrumento y recogió el objeto.
-Saben, estaría en mejores manos si se quedará aquí.
-Dáselo tío, teníamos un trato-le respondió Rachel.
De mala gana, Bernard accedió y se lo entregó a Caleb. Se lo guardó en la bolsa interior de su chaqueta, el lugar que creía más seguro.
Unos ruidos provenientes del piso superior los sorprendieron.
-Les dije que los habían seguido-dijo Bernard, moviéndose rápidamente a la puerta y colocando una pesada tranca de madera.-No tardaran en descubrir que estamos aquí abajo.
-¿Qué hacemos?-preguntó Rachel.
-Escapar.
YOU ARE READING
SKYLAND
Science FictionDespués de que la Era Industrial consumiera los limitados recursos que teníamos, ocurrió el Cataclismo. Despojados de nuestras gloriosas ciudades y con un páramo muerto como herencia, sobrevivimos. Y con los despojos de las máquinas huimos al único...