CAPÍTULO 2

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Mientras tanto, en el Azote de los Aires, los piratas se sentían felices, hacía tiempo que no hallaban a una presa que sucumbiera a su poder.

Normalmente, las grandes aeronaves tenían la forma de los barcos de antaño que surcaban los antiguos y olvidados océanos, pero contaban con sus potentes turbinas de motor,  velas solares y los gigantescos globos para mantenerlos en el aire.

Los calabozos se encontraban en el fondo de la aeronave, pudriéndose, se hallaban algunos viejos prisioneros a punto de morir. Pero en uno de ellos, una joven aguardaba, pelirroja, tez blanca. Con una vieja capa y unos pantalones desgarrados, esperaba el momento de escapar.

-¡Eh! Frank—gritó una voz desde la escalera que conducía al nivel superior.

-¡Maldita sea! ¡No ves lo ocupado que estoy!—le respondió el pirata que custodiaba a los presos, un viejo lobo de aire que había recorrido la atmosfera bastante tiempo.

-¡Olvídate de ellos! ¡Ven a cubierta que vamos a abordar a un pequeño!

-Vaya diversión, pero no puedo dejar a los presos aquí.

-¡No se irán a ningún lado!

El viejo pirata se levantó, bufo y siguió a su camarada por la escalera a cubierta.

Rachel escuchaba atentamente la conversación de los corsarios, mientras se hallaba sentada en el suelo y entonces pudo vislumbrar una oportunidad gloriosa.

Rápidamente se incorporó y por fin pudo usar la ganzúa que trajera consigo desde que la atraparon.

Sabía que el guardia no tardaría demasiado en regresar; mientras, intentaba forzar el oxidado cerrojo, sus manos se encontraban sudorosas, se las limpio en la capa y continuó su trabajo.

Por fin, un sonoro ¡click! se escuchó. Sonrió para sus adentros y abrió la puerta cuidadosamente. Los prisioneros apenas hicieron movimiento mientras subía las escaleras y al llegar al final se giró una última vez y recapacitó sobre liberarlos, fríamente decidió continuar. Era libre, por ahora.

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