CAPÍTULO 33

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-París, mi señor. —exclamó apenas entró el mensajero proveniente de Navegación. Bathorn se hallaba en una reunión con su círculo personal.-¿Los navegantes lo confirmaron?—preguntó Bathorn.-Sí, varias veces. Ha comenzado a emitir señales de energía que no habíamos detectado antes.-Se prepara a transferirlo—susurró Danaguer para sí.Bathorn volteó a mirar a Eldon Blakeney.-¿La flota?-Está lista y a completa disposición, mi señor.-Quiero un informe completo de las fuerzas defensivas en París. Y contacten a los almirantes, que se dispongan para iniciar fuego ofensivo pasado mañana a primera hora. Eldon, estarás a cargo de la movilización y yo personalmente comandaré la ofensiva. —ordenó inmediatamente. —Estamos en guerra, caballeros. París tiene algo que es nuestro y lo recuperaremos. Que todo él Protectorado se mantenga alerta y disponga las medidas defensivas necesarias. Si la flota pierde, no debemos entregar las ciudades, en especial Neápolis. Eldon asintió con un ademán y salió rápidamente a transmitir las órdenes.Lafe permaneció en la sala.-¿Hablamos de los prófugos?Bathorn clavó una mirada oscura en Lafe.-Piensa con lógica muchacho, ¿movilizaría a la mitad de mi ejército por un par de criminales? Esto es algo que ha estado en mi mente por mucho tiempo. Un artefacto, muy antiguo.-Perdóneme mi señor. ¿Sus órdenes?-Estarán de reconocimiento cuando nos acerquemos y a disposición completa de la Mano Negra. Ahora, vete. André optó por la ruta panorámica y los llevó lentamente, mostrándoles las maravillas del distrito ministerial, nadie vivía aquí, a excepción de los propios ministros y las barracas de los soldados acuartelados aquí.Se vivía una época de prosperidad y paz, por lo que la cultura y las artes habían renacido en esta importantísima ciudad. Lysianne Archambault era el nombre de la Primera Ministra, un consejo formado por trece personas que gobernaban conjuntamente.-¿Por qué una de las personas más importantes del planeta quiere vernos a nosotros? ¿Especialmente a nosotros?—preguntó Caleb.-Oh, eso. Bueno, digamos que fue una combinación de factores, tanto legales como... ¿religiosos? Les dirá cuando se presenten.-¿Y dónde es exactamente el Ministerio?-Allí. —señaló André con la mano. Al edificio cumbre, la máxima expresión de ingeniería y cultura en el mundo. La torre Eiffel. Llegaron ante la base misma de la estructura de metal, donde esperaba un elevador ricamente adornado protegido fuertemente por soldados.El Sol golpeaba la imponente estructura, erigiéndose orgullosa en el limpio cielo. Su aguja desafiando imbatible a los vientos que durante años han tratado de hacerla caer.Subieron al enorme ascensor de cristal con molduras de algo que parecía oro. Y comenzó a elevarse suavemente, casi sin movimiento o sonido alguno, igual que si estuviera en algodón. El carril los alzaba en espiral, rodeando la torre para permitir un vistazo del paisaje, llevándolos lentamente ante la sala del Ministerio, el poderoso salón desde donde se gobernaba París. Se ubicaba de una casi imperceptible en la mitad de la Torre, elegantemente construida siguiendo los patrones de la estructura, pero resaltando su individualidad, casi como suspendida del aire.Llegaron al final del recorrido, el elevador de cristal se detuvo y las puertas se abrieron en un enorme vestíbulo con varias personas sumamente atareadas y mayordomos por doquier.Grandes ventanales permitían el libre paso de la luz solar, iluminando toda la estancia. Bustos de los héroes de la revolución delante de pinturas a cuerpo completo yacía a ambos lados, como símbolo casi religioso. Al frente y luego de un largo pasillo impecable y aterciopelado, dos inmensas puertas de madera, cerradas y guarecidas por soldados franceses inmóviles.En el arco superior, en letras de oro se leía "Liberté, égalité, fraternité". Un mayordomo se acercó a André y le habló en voz baja en francés. Éste asintió y regresó con el grupo.-Los ministros han decidido verlos individualmente. Primero ira la señorita, seguido del caballero Bernard y usted al último, señor Caleb. —dijo, tomando del brazo a Rachel y dirigiéndose a la puerta.Caleb intentó adelantarse, pero el mayordomo le detuvo con la mano en el pecho.-Será mejor que aguarde aquí señor. Decidió sentarse en una de las butacas, estaba empezando a hartarse de interrogatorios. Pero pasó una hora sin novedades y miraba el reloj insistentemente.Luego, se abrió la puerta y salió André con una mirada sombría en el rostro, pasó por delante de Caleb, clavándole la mirada. Se acercó a Bernard y lo llamó.-Su turno señor.Al llegar a la puerta, le susurró algo al guardia y luego apuntó a Caleb.-A ese llévenselo, es un traidor al Ministerio.Bernard alcanzó a voltear con una mirada aterradora justo antes de que lo empujarán y cerraran la inmensa puerta.Caleb se levantó sorprendido y corrió hacia ella.-¡¿Dónde está Rachel?! ¡¿Dónde está Rachel?! ¡Malditos bastardos! ¡Rachel! Los guardias lo detuvieron antes de que lograra entrar a la cámara.-¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar!—gritó con lágrimas en los ojos.--¡Rachel! ¡Rachel!Siendo sobrepasado, se rindió a la fuerza de sus captores y dejo que lo arrastraran fuera de la estancia. El elevador ahora lucía opresor y oscuro mientras descendía al nivel del suelo. Sus acompañantes no lo soltaron ni por un instante y ningún sonido salió de sus labios.Ya los esperaba un transbordador especial para prisioneros, con barrotes en las ventanas y reforzado de hierro.Dentro, el olor era fétido. Cuatro o cinco sujetos encadenados permanecían sentados en silencio. Obligaron a Caleb a sentarse y luego lo esposaron de igual forma. -Disfruten el paseo idiotas, será la última vez que vean la luz del Sol. —dijo el conductor antes de cerrar la puerta.-¿A dónde nos llevan?—preguntó Caleb.-Al infierno amigo, y por tu bien, mejor cállate. —respondió uno de ellos, claramente no amistoso. Desde su posición era difícil observar la ciudad, supuso que la prisión estaría bastante lejos del centro, puesto que la aeronave voló durante bastante tiempo, aunque también era posible que los estuvieran desorientando.De pronto, gritos surgieron de la cabina de conducción, seguido de un brusco giro a estribor. Todos cayeron por inercia. El vehículo aceleró fuertemente.Uno de los prisioneros que alcanzaba a ver por la ventana gritó una maldición.Y luego un sonido llegó hasta sus oídos.Disparos. Bernard entró a la estancia desorientado, sin saber qué hacer. Volteó a ver la puerta cerrada, pensando si podía hacer algo por Caleb, cuando un carraspeó le devolvió la concentración.Trece personas lo miraban desde trece altos estrados, todos ancianos y vestidos a la usanza tradicional, usando sotana y peluca de rublos.-Caballero, acérquese al centro. —dijo la persona sentada en el centro, dándose cuenta que era una mujer, ya entrada en años, pero con un rastro de la belleza pasada.-Caballero, su nombre por favor.-Bernard Guiles. —dijo firme. —Señora, pido permiso para hablar.-Concedido.-Creo que hubo una confusión, el joven que seguía después de mi no tiene nada en contra suya y de su ciudad, puedo dar fe de su completa honestidad. -No tengo ninguna duda de su confianza plena en el muchacho, pero ahora mismo hay una flota acercándose al espacio aéreo circundante de París. Lord Danaguer Bathorn del Protectorado de Neápolis. -¿Y eso que tiene que ver con nosotros?-Bathorn está buscando lo mismo que la chica, el Nexo. Y ella no me ha dado las razones suficientes para confiar en él. Contrabandista, mercenario, no luce como una persona de honor, que digamos. Usted es un letrado de la Biblioteca, al igual que ella. Por lo que sabemos, el muchacho podría estar colaborando con Bathorn y su Mano Negra.Bernard la miró con desconfianza.-Sí caballero, tenemos conocimiento de la Biblioteca y de la organización de la Mano Negra. Los disparos empezaron a surgir de todos lados, se hallaban en medio de un combate intenso. La góndola daba fuertes bandazos conforme los guardias intentaban ponerse a salvo de las primeras fuerzas de choque de los invasores.De pronto, los impactaron. Astillas volaron de la parte trasera del vehículo, perdiendo el control y precipitándose al vacío.Para su buena suerte, se estrelló en una plataforma de la ciudad, impidiendo que cayeran a lo más profundo.Los guardias se hallaban muertos y las cadenas se soltaron fácilmente de la astillada madera y el abollado metal, fue fácil para el resto de los prisioneros huir.A su alrededor, luchaban encarnizadamente las primeras fuerzas de la flota invasora. Pequeñas naves volaban alrededor disparando a las defensas de la ciudad, preparando el terreno para los poderosos cruceros de batalla.Se hallaban lejos del centro, cerca de los límites.Uno de los invasores se estrelló a pocos metros de donde se encontraban, levantando una columna de fuego conforme el gas de elevación y el combustible se quemaban.Caleb corrió a la estación de transporte, esperando encontrar algún transporte al puerto aún funcional. La gente había escapado rápidamente.A su suerte, todavía se hallaba una góndola en la estación, pero había sido impactada por algún proyectil perdido. El conductor todavía descansaba sobre los controles. Con cuidado removió el cuerpo y limpió la sangre fresca.Accionó el motor y el ronroneo familiar lo tranquilizó, la góndola tendría movilidad limitada y un alcance de vuelo corto, por lo que tendría que moverse rápido. Voló suavemente rumbó al puerto, cuando se encontró con un escuadrón de París que se dirigía a continuar el enfrentamiento, temió que lo detuvieran o le dispararan pero no ocurrió nada y continuó su camino.Los primeros choques ya iban cesando en intensidad, conforme las flotas se disponían a regresar para la confrontación mayor. Las pequeñas naves de reconocimiento y exploración ahora lucían dispersas y elusivas, pero sólo era la calma antes de la tormenta.El puerto lucía demasiado concurrido, Caleb estacionó la góndola con dificultad y corrió a buscar su propia nave. Los civiles intentaban abordar en masa los últimos transportes que quedaban para intentar escapar. Muchas de ellas se dirigían a alguna de las ciudades aliadas con París, donde esperaban estar a salvo.La masa de gente se agolpaba con sus pocas o muchas pertenencias, tratando de conseguir un boleto u objetos. Las tiendas se hallaban tapiadas y algunas intentaban ser penetradas. Era sorprendente como todo se había venido abajo tan rápido.Algunos soldados trataban de imponer orden, sin mucho éxito.Caleb se abrió paso a empujones hasta el Charlie Blue, donde descubrió que varios hombres estaban tratando de entrar.Subió encima de ellos, empujándolos fuera de la puerta, hasta que logró entrar. Se dirigió a los controles y encendió la maquinaria, soltó amarres y se dispuso a regresar al Distrito Central. Todo esto se llenaría de destrucción y muerte en algunas horas.

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