5. Martina

1.2K 258 85
                                    

Me quedé observando la mesa vacía como si no hubiera sido yo la que se zampó todo aquello, sentía la barriga llena y apenas podía respirar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me quedé observando la mesa vacía como si no hubiera sido yo la que se zampó todo aquello, sentía la barriga llena y apenas podía respirar. Me comí las frutas, las tortitas de avena, las de harina de trigo, el jamón y el queso, el tocino y los huevos que él había dejado. Me tomé un litro de jugo de naranja y no sé cuántas tazas de café. Y me odié un poco más por cada cosa que comí.

¿En qué momento lo hice?

No lo sé... Era como si cuando él salió por esa puerta, o cuando me dijo que me lo comiera todo de forma tan despectiva, algo se apoderara de mí y me incitara a hacerlo. Las lágrimas seguían derramándose por mis mejillas cuando el recuerdo me llevó al pasado.

Estaba sentada a la mesa con mi madre, ella había preparado una comilona para toda la familia aquel domingo. Toda la familia incluía a mi padre, a mí y a mi abuela paterna, que solía venir a visitarnos; sin embargo, cocinaba como si tuviera que alimentar a un batallón famélico.

Ese era el día en que descubrió que papá tenía otra mujer. Yo me había despertado tarde e iba a alistarme para bajar cuando ella subió a llamarlo para comer, los domingos mi padre acostumbraba a dormir hasta tarde. Escuché su conversación cuando pasé por frente a su habitación camino al baño.

—¿Con quién hablabas? —inquirió mamá.

Mi padre le dijo que con alguien del trabajo, pero al parecer ella no se lo creyó. Le gritó que había escuchado la conversación y que estaba segura de que él hablaba con otra mujer.

—Ya basta, Elena, sabes muy bien que hay otra desde hace años. ¿Pero qué te molesta a ti? No te falta nada, ¿no? Ni a ti ni a la niña... —respondió él como si nada.

Mamá se echó a llorar.

—No sé por qué lloras o haces como si te doliera, hace tiempo que a ti y a mí no nos une nada más que las obligaciones. Ni siquiera me atraes... ¿Te has mirado al espejo, Elena?

Cuando escuché que mamá se disponía a salir de la habitación, corrí al baño, me sentía confundida, aturdida, no alcanzaba a comprender la magnitud de todo lo que había sucedido, apenas tenía diez años.

Un par de horas después, todos nos sentamos a la mesa como si nada y mi mamá disimulaba, muy mal, lo mucho que había estado llorando.

Cuando se dispuso a servir la comida, cuyo primer plato era una sopa de lentejas, derramó a consciencia el cucharón con el caldo hirviendo sobre las piernas de mi padre. Este dio un brinco y exclamó un grito antes de maldecir y correr al cuarto de baño. Mi abuela solo negó con la cabeza y miró con gesto reprochador a mamá.

—¿Tú lo sabías? —preguntó mi madre observándola.

—Lo intuía, sí —respondió mi abuela tranquila—. Pero, Elena... Es hombre... ellos necesitan de otras cosas... —dijo y me miró como si mi presencia le impidiera decir más—. Tú solo tienes que dejarlo estar. ¿Acaso no te pone todo lo que necesitan? Eso es lo que importa... ¿Piensas que Rubén no ha hecho lo mismo? No seas ilusa, hija... los hombres son así...

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora