Epílogo

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Estaba sentada en un sillón en la casa de mi suegra, hacía calor y desde allí observaba a Nahuel y a Alexis corretear tras una pelota

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Estaba sentada en un sillón en la casa de mi suegra, hacía calor y desde allí observaba a Nahuel y a Alexis corretear tras una pelota. Adrián era el árbitro del partido de dos que disputaban y contabilizaba los goles que se metían el uno al otro. Más allá, Leti y Pablo cocinaban carne en la parrilla que mi suegro tenía al aire libre, cada cierto tiempo se robaban uno que otro beso. Mi suegro jugueteaba con Nico, el hijo menor de Pablo, y mi suegra hablaba con mi madre sobre las rosas y los abonos que les ponía para que le florecieran tan bonitas.

Mis amigas estaban a nada de llegar y yo estaba de lo más ansiosa por la noticia que tendría que dar ese día. Era mi cumpleaños número treinta e íbamos a festejarlo todos juntos. Hacía tres años que Adri y yo habíamos comenzado a salir y con nuestras subidas y bajadas siempre habíamos logrado sacarnos adelante.

Nuestra relación estaba lejos de ser perfecta, teníamos nuestras discusiones, algunas sin sentido y otras más complicadas, pero siempre nos arreglábamos antes de dormir y habíamos puesto como pilares la confianza y la comunicación. Eran ingredientes importantes de nuestra pizza, junto con el amor y el buen queso. Me reí sola con aquellos pensamientos, quedaba todo muy lejos desde que empecé a descubrirme a mí misma y todo lo que podía lograr.

Mi crecimiento en redes sociales había sido sostenido y ya me habían invitado a dar varias charlas sobre superación y amor propio en escuelas secundarias y universidades. No era mi labor principal, ya que seguía en la clínica con mis pacientitos, pero era parte importante de mi día a día porque ayudar a otros a encontrar la salida y la libertad se había convertido en uno de mis objetivos.

El otro era simplemente ser feliz y disfrutar de mi familia y mis amigos.

Pero la vida siempre te pone sorpresas a su paso y cuando más bien crees estar, un nuevo miedo se desbloquea, una nueva dificultad. Sabía que esta vez no era distinto, pero confiaba en que iba a lograrlo.

Revisé mi teléfono para distraerme y observé los mensajes que me habían dejado en mi correo electrónico, uno llamó mi atención porque se llamaba «Una chica como tú».

Lo abrí y lo leí con atención:

Martina,

No sé si me recuerdas... mi nombre es Malena y nos conocimos en el canal hace unos años atrás. No creo que seas consciente de lo que tus palabras y tu abrazo significaron para mí ese día, pero lo único que puedo decirte es que seguirte y ver tu proceso me ha ayudado a creer un poco más en mí.

Sin embargo, hay veces en que no creo poder seguir... y sé que no tengo ningún derecho a molestarte o a interrumpir en tu vida, no somos amigas, ni siquiera conocidas, pero siento que necesito hablar con alguien y no tengo a nadie, Martina. A lo mejor soy una tonta al escribirte, lo sé, pero no perdía nada con hacerlo.

¿Podríamos juntarnos? Es una locura, lo sé, pero si tu respuesta es positiva te espero el jueves 16 en la Cafetería Del Barrio que queda en la calle 75, a las 17 estará bien.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora