21. Adrián

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Si tuviera que describir lo que era mi relación con Martina en aquel momento creo que no podría hacerlo

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Si tuviera que describir lo que era mi relación con Martina en aquel momento creo que no podría hacerlo. No sé si existen palabras para lo que vivíamos. Pasábamos de ser mejores amigos a un par de posibles amantes que no se atrevían a dar el paso definitivo, pero que disfrutaban del proceso. Nos conocíamos demasiado bien en algunos aspectos de nuestras vidas y eso hacía que todo fluyera con mucha más naturalidad de lo normal. Sin embargo, cada vez que dábamos un paso, retrocedíamos cuatro o cinco, nos poníamos un freno para no seguir hasta que, cuando nos sentíamos de nuevo seguros, avanzábamos un poco más.

Y estaba bien con eso, pero me volvía loco y no podía dejar de pensarla, de desearla, de imaginarla.

Sin embargo, aquella mañana luego de casi un mes de andar en ese juego de idas y venidas, me sentía triste. Y eso era debido a que era sábado y el domingo era el cumpleaños de Nahuel, y yo no podría estar con él, ni siquiera darle un regalo o un beso.

Recordé el cumpleaños anterior con mucha nostalgia, Alana y yo lo habíamos llevado a un parque acuático y lo habíamos pasado muy bien. A Nahuel le encantaba el agua, podía estar horas dentro de la piscina, parecía un pez.

—¿Quieres desayunar?

Una Martina en pijama con el pelo revuelto y los ojos aún rojizos por haberse levantado recién, apareció en el umbral de mi puerta. Hacía una semana que yo ocupaba de nuevo mi habitación y ella tenía ya la suya en el otro cuarto. No sé por qué no fue con Merce, pero no iba a discutir esa decisión porque lo cierto era que me gustaba tenerla en casa.

—Sí... —respondí.

Ella me observó y asintió, luego salió de la habitación. Yo fui al baño para asearme y me puse una camiseta para ir a desayunar a la cocina. Cuando ingresé la vi sirviendo café en dos tazas mientras las tortitas terminaban de coserse.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Nada...

—No me mientas, te noto triste —añadió—. ¿Extrañas a Nahuel?

Me conocía muy bien y sabía que cada cierto tiempo tenía esos momentos o bajones en los que me hundía un poco en la tristeza. Asentí.

—Mañana es su cumpleaños.

—Oh...

Martina me miró con tristeza y luego de servir todo en la mesa del desayunador, se sentó en su sitio y suspiró.

—Podríamos intentar ir a verlo, no creo que Alana se niegue a que lo veas en su cumpleaños.

Negué.

—Llevo casi un mes o un poco más sin verlo y no creo que sea el momento, no sé qué tiene planeado y no quiero molestar...

Ella asintió.

—¿Quieres que salgamos a comprar un regalo para él? Podría llevárselo yo en tu nombre.

—¿Harías eso por mí? —pregunté con los ojos cargados de ilusión.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora