14. Adrián

1.2K 273 66
                                    

Cerré los ojos y medité sobre sus palabras

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cerré los ojos y medité sobre sus palabras. En aquella época aún no veía más allá de Martina, mi mejor amiga, sobre todo porque Shirley me había invitado a ir a su casa un fin de semana que sus padres no estaban y me había propuesto descubrir juntos el arte del amor. Yo había aceptado, por supuesto. ¿Quién no lo haría con alguien como ella?

Shirley era hermosa y sexy, muy adelantada para su edad y desinhibida. Yo no tenía la más mínima oportunidad de negarme a explorar el sexo junto a una chica como ella. No era su primera vez, pero sí la mía, ella sabía lo que hacía y yo era un buen alumno.

Nos pusimos de novios y recuerdo que cuando se lo dije a Martina pareció enfadada, pero dijo que sabía que sucedería pronto. Luego se pasó evitándome por dos semanas. Yo lo sabía, pero había preferido ignorarlo porque estaba demasiado engatusado por las artes de seducción de Shirley como para pensar en otra cosa que no fuera besarla, tocarla y descubrirla. Además, pensaba que el problema era que a Marti no le gustaba mucho Shirley o pensaba que nos alejaríamos, así que no vi más allá de eso.

Sin embargo, enterarme de que en esa época ella me veía con otros ojos me hizo sentir especial, porque había pensado que nunca lo había hecho. Los quince años quedaban demasiado lejos, y yo no me enamoré de ella hasta un año y medio después. No podía precisar el momento exacto, pero trataba de recordarlo, de encontrar el día en que comencé a pensar en ella como una mujer y a tener ganas de descubrirla.

Creía que fue cuando hablamos del amor y del matrimonio, cuando compartimos nuestras ideas sobre lo que debería ser una relación y nos contamos lo que cada quién esperaba del otro. Martina tenía una visión similar a la mía, amaba a mi familia y ella soñaba con tener algo así cuando pudiera, por aquella época nadie ahondaba demasiado en eso, por lo que me pareció una muchacha madura y centrada. Primero fueron sus ojos, el color miel en el que me encantaba perderme, luego sus cabellos que olían a fresas y se sentían suaves.

Si tengo que ser sincero ver a Martina en aquella época era un poco chocante, era gorda, muy gorda, por lo que al inicio uno no veía más que eso. Con el tiempo lo que me resultaba diferente comenzó a sentirse bonito, me había acostumbrado tanto a ella que ya no me parecía fea y comencé a enfocarme en aquellas facciones que la hacían bonita a mis ojos. Empecé a ver tras los estándares de belleza que nos imponía la sociedad para descubrir que ella era realmente muy linda.

No voy a mentir, tenía dieciséis y las hormonas demasiado alborotadas, no tenía el coraje para decirle que me atraía y ofrecerle algo más que mi amistad porque sabía lo que aquello generaría en mis compañeros. Fui un cobarde con todas las letras en más de una ocasión, situaciones que incluso me arrepiento de haber aceptado, pero que por suerte quedaron en el pasado. Pero cuando llegaba la noche y me acostaba en mi cama, cuando mensajeábamos por horas hasta la madrugada y nos contábamos sueños y secretos, cerraba los ojos y me preguntaba cómo sería ser su novio.

De todas maneras, cuando pienso en ello, no puedo evitar odiarme un poco, porque también debo admitir que esperaba que ella bajara de peso, que mágicamente se hiciera flaca para que nuestra relación fuera aceptada por nuestros pares y yo pudiera salir con ella sin avergonzarme. Era un estúpido, no tengo justificación, pero la edad y la sociedad no ayudaban demasiado.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora