10. Adrián

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Salí de su consultorio cuando la secretaria avisó que llegaba su paciente, y creo que fue en el mejor momento, porque se había creado un ambiente extraño y cargado del que no sabía cómo escapar

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Salí de su consultorio cuando la secretaria avisó que llegaba su paciente, y creo que fue en el mejor momento, porque se había creado un ambiente extraño y cargado del que no sabía cómo escapar. Y no es que me incomodara, pero no quería hacer nada que a Marti le resultara extraño o la asustara. Lo que menos quería era perder su confianza.

Pero en el momento en el que me hizo la pregunta, algo se despertó dentro de mí. No podía mirar esos ojos que tanto me gustan y verlos tan inseguros, sus palabras me reprochaban no haber estado jamás con una chica como ella. Y sabía que se refería a su cuerpo, y también sabía que tenía razón. Pero lo que ella no sabía era que yo dejaría todo por una chica como ella, pero no había, no había nadie como ella.

Me acerqué a ella con la mirada puesta en sus ojos porque quería que viera la verdad que había en los míos. Pero su mirada me envolvió y perdí la razón por unos instantes, soy consciente de que le miré la boca y el cuerpo, y que deseé probarla allí mismo, y es probable que ella lo hubiera notado, por lo que para mitigar todo aquello que sobrevolaba alrededor, se me ocurrió besarle la mano. Pero eso fue peor, porque su piel al contacto con mis labios hizo correr lava por mis venas. No sé por qué Martina me hacía sentir de esa forma, supongo que era por los tantos años contenidos y lo mucho que me gustaba.

Nos quedamos en silencio, ella sonrió y se apartó sonrosada. Se puso a preparar sus materiales y yo me quedé buscando palabras, pero no fueron necesarias ya que su paciente había llegado.

—Nos vemos después —dije y me despedí.

—Que tengas un buen día —agregó.

Estaba nervioso por esa tensión que nos sobrevoló por unos instantes, pero pasado unos minutos me detuve a analizar sus palabras. Era cierto, técnicamente nunca había salido con una chica con sobrepeso, aunque ella me hubiera gustado en todas sus facetas, pero ella no lo sabía y a sus ojos probablemente era un chico más de esos que ella estaba segura, jamás la mirarían. Y me sentí mal por eso, un poco culpable incluso, en la adolescencia había sido un tonto y lo tenía asumido, dejé ir mi oportunidad de estar con ella por lo que dirían los demás o por lo que pudiera significar para mi reputación, pero una vez crecido, aquello había dejado de importar. ¿Por qué entonces jamás me había fijado en un cuerpo que no fuera el normativo?

Y me dolió ponerme en sus zapatos por unos instantes, comprender que muy poca gente le daba la oportunidad de mostrarle todo lo que tenía dentro antes de juzgarla por su exterior. Aceptar que probablemente, si yo no la hubiera conocido cuando nos conocimos y no nos hubiéramos hecho amigos de manera a que pudiera conocerla por dentro, tampoco la hubiera visto como mujer; esa revelación me hizo sentir francamente mal.

Era injusto para ella y para todas las chicas como ella. ¿De qué estábamos perdiéndonos por no saber mirar?

Fui a trabajar y me entretuve con eso para tratar de sacarme el regusto amargo de una verdad que no me había planteado jamás, y entonces recibí la llamada de Alana diciéndome que necesitábamos vernos para llegar a un acuerdo.

El tono de su voz me decía que las cosas no iban a ir por el camino que yo esperaba, y sentí que una grieta se abría en mi corazón incluso antes de saber lo que ella me diría.

Dos días después nos juntamos en una cafetería, me explicó que su madre había venido desde España a visitarla y que la había hecho entrar en razón. A la señora le parecía una locura que Nahuel fuera adoptado por un hombre que no era ni su padre ni el novio de su madre, y había convencido a Alana de que era una mala idea.

—P-pero...

—No es tu responsabilidad y no tienes por qué encargarte de él —dijo tajante.

—Tu madre se irá de nuevo en unas semanas y volverás a quedarte sola con él. Necesitas una persona con quien contar, alguien que pueda suplirte si no estás, Alana... Una red de apoyo... Además, ella dice eso porque no me conoce, si quieres hablo con ella y...

Ella negó y se puso de pie.

—Te agradezco todo lo que has hecho por nosotros durante todo este tiempo, te quiero de verdad y siento hacerte daño, pero creo que esto es lo mejor para ti, para él y para mí... Espero que algún día puedas entenderme y perdonarme.

Y se marchó. Y con ella se llevó mi ilusión.

Caminé sin rumbo, deseé ir a hablar con Marti o con Merce, pero ninguna de las dos estaba disponible. Merce había ido a hacer un curso al exterior y no vendría hasta en dos semanas y Marti estaría con Juanjo y yo no solía llegar a su casa a cualquier hora, así que no era buena idea.

Me encontré con Raúl, un compañero de trabajo en un bar y me invitó a que me quedara. Yo lo hice porque necesitaba compañía y le conté a grandes rasgos lo que sucedía. Cerca de las diez de la noche y luego de deambular sin rumbo por la ciudad, volví a casa y me tiré a la cama. Había tomado unas cuantas cervezas por lo que olía a alcohol, aunque no estaba borracho, pero no me dieron ganas de bañarme. Quería quedarme allí en mi cama y fundirme con las sábanas.

Sentía un dolor desgarrador, me habían quitado a mi hijo y yo no podía hacer nada al respecto. La sociedad no me entendía, Raúl me había dicho que no tenía sentido querer ser padre de alguien que no llevaba mi sangre, pero lo que no tenía sentido era que ya no pudiera verlo crecer ni formar parte de su día a día, llevarlo a un partido de fútbol o del deporte que le gustara y enseñarle a montar en bicicleta.

—Ya tendrás tus propios hijos —dijo en un intento por mitigar mi dolor, pero solo lo hizo más grande. La gente siempre minimiza el dolor ajeno pensando que así ayuda, que así duele menos, no se dan cuenta de que solo lo hacen más profundo porque terminas por sentirte más solo e incomprendido.

Pensé en Martina y en que ella debió haber experimentado eso mismo un millón de veces, gente diciéndole que solo necesita bajar de peso para ser más feliz, un poco de ejercicio o cerrar la boca. Gente recordándole que estaba gorda como si ella no tuviera un espejo en su casa. Gente dando opiniones que no se les pidió o, como Raúl en mi caso, opinando sin saber, sin comprender a fondo de dónde proviene y la magnitud el dolor.

Entre lágrimas y con el corazón roto me quedé dormido, hasta que cerca de las tres de la mañana sonó el timbre del departamento y me despertó.

Caminé hasta la puerta y la abrí.

Allí estaba ella, Martina, mi Martina.

Y lloraba.

Prepárense porque empieza el shooowwww

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Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora