Capítulo 49 - Martina

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Eran las seis de la mañana cuando llegué a casa de mamá, sabía que ya estaría despierta, levantarse al alba era una costumbre que tenía desde siempre

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Eran las seis de la mañana cuando llegué a casa de mamá, sabía que ya estaría despierta, levantarse al alba era una costumbre que tenía desde siempre. Cuando yo era niña, ella se despertaba a las cinco, para prepararle el café a papá antes de que fuera a trabajar y sentarse a planear con él su día, como si a él le importara lo que ella hacía. Jamás llegaba antes de las once de la noche.

—Martina —dijo con sorpresa al verme.

»

Abrió la puerta y me dejó pasar.

—¿Puedo dormir en mi habitación? —pregunté—, solo unas horas, no he pegado un ojo y estoy cansada. Hablaremos luego, cuando despierte.

—Claro, pasa —añadió, pero por supuesto me miró sorprendida. Llevábamos meses sin vernos ni hablar.

Ingresé al que había sido mi cuarto hasta que me mudé con Juanjo, había unas estrellas en el techo, unas que él había puesto cuando comenzamos a salir y yo le pedí que me ayudara a colgarlas. También había recuerdos de mi infancia, fotos de la niña gorda de la que todos se burlaban.

Me dejé caer en la cama y cerré los ojos, podía sentirla a mi lado, a Martina la gorda, la cerda, la asquerosa. Se reía de mí en mi oído, me recordaba el fracaso, el dolor, el temor. Me trataba como todo el mundo la había tratado a ella, me hablaba repitiendo frases que habíamos crecido escuchando:

«Una vez más estás sola».

«Nadie quiere a las chicas gordas».

«Qué asco, nunca nadie te va a querer con ese cuerpo deforme».

«Eres una cerda».

No lo podía creer, estaba de nuevo en el inicio.

¿Cuántas veces en la vida puedes perderte?

Estaba acostada en mi cama con la vista clavada en el techo, la oscuridad me rodeaba y solo brillaban sobre mi cabeza aquellas estrellas fosforescentes que Juanjo había colocado allí hacía ya un buen tiempo para satisfacer uno de mis eternos caprichos de niña, porque eso era a veces, una niña.

Supongo que no haber pasado por las etapas de la vida de una manera más normal era lo que me llevaba siempre al mismo punto, a las mismas dudas, a las mismas preguntas sin respuestas, a los mismos vacíos, a la soledad... esa a la que tan acostumbrada estaba. La que amaba y aborrecía en iguales proporciones.

Suspiré e intenté organizar todo lo que pululaba en mi mente, pero era un desastre, un caos que llevaba tiempo desordenado y que no encontraba la manera de ordenar, aunque había creído que ya lo había hecho.

Me giré sobre mí misma y observé mi viejo librero. Me acordé de las veces que me gustaba imaginar que yo era la protagonista de esas historias o que mi escritora favorita continuaba mi vida desenredando los nudos que yo no podía y regalándome un final feliz y dulce de esos que tanto me gustaban.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora