16. Adrián

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Mi estado de ánimo por aquella época era de lo más fluctuante, por momentos pasaba a estar triste y deprimido por lo de Alana y Nahuel, me preguntaba una y otra vez si había tomado la decisión correcta, si el niño me extrañaría o me olvidaría, si ...

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Mi estado de ánimo por aquella época era de lo más fluctuante, por momentos pasaba a estar triste y deprimido por lo de Alana y Nahuel, me preguntaba una y otra vez si había tomado la decisión correcta, si el niño me extrañaría o me olvidaría, si acaso lo volvería a ver. Luego, cuando veía o hablaba con Martina las emociones se transformaban en adrenalina y en una oleada de expectativa que no sabía si tendría buen final, pero que no podía evitar porque lo había soñado demasiado. Y, por otra parte, me comenzaba a cuestionar mi presente y mi futuro y todo se sentía de lo más incierto.

Cuando eres joven crees que al llegar a cierta edad tendrás las cosas mucho más claras, piensas que los adultos lo saben todo y tienen todas las respuestas, de hecho, cuando eres niño confías cien por cien en aquellos que te rodean, al menos en mi caso, pues mis padres siempre habían sido cercanos y cariñosos. Sin embargo, a medida que pasan los años te das cuenta de que nadie tiene las respuestas correctas y de que la vida se basa en decisiones, en elegir caminos y descartar otros para poder seguir avanzando. Incluso aunque a veces no sepas hacia dónde estás yendo.

¿Qué es avanzar?

No lo tengo muy claro.

En mi vida profesional era más sencillo de descifrarlo, tenía una empresa con un par de socios y estaba creciendo de manera agigantada. Teníamos objetivos que cumplir y marcábamos un norte al que pretendíamos llegar. No digo que fuera sencillo, requería esfuerzo y dedicación, muchos golpes y algunos embates que no eran del todo agradables. Trabajar con clientes a veces era agotador y había algunos que te hacían tener ganas de tirarte de un quinto piso. Pero cuando apagaba el ordenador o salía del coworking, sabía que solo había sido un día más y que al día siguiente de seguro mejoraría. Porque también estaban esos clientes que te adoraban y brindaban testimonios bonitos de lo mucho que los habíamos ayudado a hacer crecer su negocio, y eso era como una caricia cuando las cosas no iban del todo bien.

Pero ¿en mi vida privada?

Siempre he querido una familia, desde que era un niño soñaba con formar la mía y que fuera similar a la que yo tuve en mi casa. Dos padres que se aman y están allí el uno para el otro, dos personas que a pesar de sus luchas personales han sabido sortear los obstáculos y permanecer unidos. Y no soy tan iluso como para creer en un amor romántico de «se casaron y vivieron felices para siempre», de hecho, mi madre siempre ha dicho que luego de la boda es cuando se ve realmente la película.

Mis padres han tenido que pasar por muchas cosas, incertidumbres económicas, despidos laborales, enfermedades, muerte de sus respectivos padres, cambios de casa, pérdidas de todo tipo. Y también han tenido momentos muy felices, nuestros nacimientos, acompañarnos en el día a día, sus logros profesionales, asensos laborales, premios y galardones. Y en todos esos momentos siempre se dieron la mano. Mi padre siempre le daba un beso en los labios al despertar y uno antes de dormir. Me dijeron que se habían prometido nunca dormir peleados, por lo que siempre hablaban las cosas si es que había algún problema. Mi madre le dejaba notas en Post-It con frases románticas que él encontraba y guardaba en su cartera. Y yo adoraba esa dulzura y ese amor que se respiraba en mi casa.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora