43. Adrián

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Pablo me llevó a su casa, por suerte era cerca de las nueve de la mañana y Leti había salido a trabajar luego de dejar a los niños en la guardería, lo que nos daría un poco de intimidad

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Pablo me llevó a su casa, por suerte era cerca de las nueve de la mañana y Leti había salido a trabajar luego de dejar a los niños en la guardería, lo que nos daría un poco de intimidad.

—¿Qué sucedió? —preguntó cuando me pasó un café bien fuerte—. Ni cuando eras adolescente viviste algo así —bromeó.

—No se lo cuentes a papá ni a mamá —pedí.

Si tengo que ser sincero aquello era cierto, mi adolescencia y juventud fueron tranquilas, siempre me esforcé por ser el mejor en lo que hacía y por darles orgullo a mis padres.

—Dime qué sucedió —insistió.

Le conté lo sucedido con lujo de detalles y no pude evitar volver a sentir rabia al recordar las palabras de Juanjo y la mirada rota de Martina.

—Ay, Adri, Adri... —murmuró mi hermano menor al tiempo que negaba con la cabeza—. Comprendo lo que sientes, podría decirte que no debiste actuar con violencia y todas esas cosas que se esperan que uno diga, pero creo que reaccionaría igual si alguien le faltara al respeto a mi mujer de esa manera. Sin embargo, ¿en qué ayuda a Martina tu comportamiento casi animal?

—Es que no es algo que planeé, llevo cargando cosas contra Juanjo desde hace tiempo, Pablo. No sabes el daño que le ha hecho. Martina es una mujer que ha pasado por mucho, su lucha no es de ahora, es de toda la vida... Durante más de dos años Juanjo le fue sacando gota a gota un poco de su fuerza, de su autoestima, de su amor propio...

—Bueno, eso es cierto, pero también eso le sirvió a ella de palanca para tocar fondo y salir a flote de nuevo, ¿no? Las cosas siempre pasan por algo... —comentó.

—Sí, pero eso no es justificación, Pablo... El daño es profundo, Martina tiene que reconstruirse día tras día... No es justo.

—Lo sé, pero no es un daño que haya causado solo Juanjo, que yo recuerde Martina tenía esos problemas ya en la escuela...

Suspiré.

—Sí... pero eso no le saca peso a lo que él hizo, Pablo...

—Mira, hermano... Es su lucha, tú puedes apoyarla, estar ahí para ella, pero no puedes luchar por ella... No puedes salvarla... Y pegarle al idiota ese no soluciona nada... Además, Adri, deja de exigirte tanto... ¿No te cansas nunca?

—¿De qué hablas? —pregunté confuso.

—De ser tan perfecto —respondió.

—No... no lo comprendo... —Entonces mi hermano dijo algo que jamás esperé escuchar de él ni de nadie. A veces las personas que nos quieren ven las cosas de una manera que uno no alcanza a ver, el problema es que, en ese momento, todavía no estaba listo para aceptar su verdad.

—Mira... te conozco, eres mi hermano mayor, siempre has sido mi ejemplo a seguir, pero siempre te has exigido demasiado. Antes pensaba que lo hacías para llamar la atención de nuestros padres o de los maestros, no lo tengo claro, pero luego comprendí que es algo que está dentro de ti... No está mal, es parte de tu personalidad, pero no tienes que ser perfecto todo el tiempo, Adri. No tienes que ser el hijo perfecto, el alumno perfecto, el amigo perfecto, el hermano perfecto ni el novio perfecto todo el tiempo. La perfección no existe y exigirte tanto solo hará que te alejes o te frustres, porque nunca lograrás alcanzar esa perfección. Yo no sé si es porque eres el mayor, no creo que sea así porque nuestros padres no nos han inculcado eso, creo que es algo tuyo... ¿No te cansas?

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora