27. Adrián

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Los meses pasaban y no sé si solo se trataba de mí o veía a Martina cada vez más brillante, más hermosa

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Los meses pasaban y no sé si solo se trataba de mí o veía a Martina cada vez más brillante, más hermosa. Las últimas semanas luego del beso nos habíamos estado evitando en la misma proporción que nos buscábamos. Yo no quería avanzar porque pensaba que ya había ido demasiado lejos y necesitaba que ella estuviera segura antes de dar el paso. Segura con ella misma, con lo que sentía, con lo que pensaba. No me quedaban claros sus sentimientos, pero no me parecía que fuera el momento de preguntárselo.

Estaba claro que a mí ella me gustaba, se lo había dicho. No era algo del momento, era algo que siempre había estado allí, a veces más visible que otras veces por el simple hecho de que cuando estábamos con otras parejas no había cabida para esas emociones. Sin embargo, temía que ella lo confundiera todo por la necesidad que tenía de sentirse bien luego del desplante de Juanjo. Yo no quería ser el reemplazo de nadie y eso lo tenía muy claro.

Sin embargo, bastaba que estuviéramos los dos en la misma habitación para que las chispas explotaran alrededor y las cosas se estaban poniendo difíciles.

La noche del cumpleaños de Merce, Martina dijo que iría a la casa de esta a pasar el día y se prepararían juntas para la fiesta por lo que salió temprano. Yo aproveché para llamar a mis padres por videollamada y confirmarles mi asistencia a su fiesta de aniversario. Ese era un evento familiar que nadie podía perderse nunca sin que mis padres te retiraran el saludo por un tiempo prudencial.

—¿Vas a venir con Martina? —preguntó mamá, ella sabía que Marti y yo compartíamos departamento.

—La verdad es que no le he hablado del tema, no sé si podrá dejar el trabajo, ya sabes, yo quiero salir de aquí jueves y volver domingo, ella tiene pacientes...

—Todo el mundo se merece unas vacaciones, cariño —insistió mi madre—. Hace mucho que no la vemos y nos encantaría que compartiera con nosotros en la fiesta.

Mis padres habían conocido a Marti cuando éramos compañeros de escuela, mi madre le tenía mucho cariño y la compadecía por la historia tan triste de su familia. Todos los padres de mi curso sabían que su papá tenía otra familia y que su madre aceptaba con orgullo los cuernos sobre su cabeza, y eso a mi madre le generaba mucha compasión y una especie de ira producida por su incapacidad de comprender que una mujer aceptara tal deshonor y siguiera su vida como si nada.

—Se lo voy a plantear, mamá, pero ¿dónde la pondrías? Ya no hay espacio en las habitaciones de la casa de campo.

Mi madre organizaba cada año un fin de semanas en familia para celebrar su aniversario de bodas. Se realizaba siempre en la casa de campo que teníamos en el lago y los invitados siempre éramos los mismos, la familia y nadie más. Salvo el día de la fiesta, a la que sí llegaban más persona. La organización de la casa era así: ellos compartían la habitación principal, mi hermano y su familia se instalaban en la de huéspedes y yo solía quedarme en un cuarto que muchos años atrás, cuando recién compraron el terreno, había sido lo primero que construyeron en el lugar. Era una pequeña habitación con su baño privado, todo muy rústico, que quedaba hacia atrás del bonito chalet que construyeron después y que se utilizaba para guardar trastos.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora