12. Adrián

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No debí haberle dicho todo lo que le dije en la forma en que lo hice, pero el enfado por lo que había hecho el idiota de Juanjo más la excitación que me produjo verla así vestida mostrándose para mí, me nubló la razón

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No debí haberle dicho todo lo que le dije en la forma en que lo hice, pero el enfado por lo que había hecho el idiota de Juanjo más la excitación que me produjo verla así vestida mostrándose para mí, me nubló la razón. No me parecía suficiente decirle que se veía hermosa, eso sonaba vacío y parecía consuelo. Estaba un poco harto de todo y quería que supiera lo que pensaba de verdad cuando la veía, todo lo que deseaba hacerle y se lo dije con la sinceridad que ella me pidió que utilizara.

Vi su expresión de miedo cambiar a sorpresa y desconcierto, también vi su piel sonrosándose y sus ojos brillar. Supe que su piel también se despertó porque sus pezones se endurecieron y en un momento apretó las piernas en un gesto casi invisible, pero que yo sabía que significaba más. Vi sus ojos cuando le mostré lo que provocaba en mí. Y lo que vi me gustó.

Pero cuando fue a su habitación y la adrenalina bajó de intensidad, me sentí un idiota. No era el mejor momento para que Martina supiera mi secreto, ella estaba en pleno proceso y no quería que esto significara un retroceso. Además, no estaba seguro de que mi arranque de pasión la hiciera sentir bien en realidad o se me había pasado la mano con eso...

Temía que nuestra relación pudiera verse afectada y yo no lo deseaba, Martina era mi mejor amiga y si no podía ser nada más, no quería que las cosas cambiaran entre nosotros. Me di vueltas y vueltas en el sofá intentando analizar cómo podríamos seguir desde ahí, qué era lo correcto, qué podía decirle y pensé en ir a buscarla para hablar con claridad. Iba a tener que asumir lo que había dicho y el porqué lo dije, pero no iba a echarme para atrás, primero porque no era ninguna mentira y segundo porque no pensaba lastimarla así. Tenía que ser valiente y decirle que, aunque eso era en realidad lo que pensaba y sentía, estaba de acuerdo con ser su amigo y no le pedía nada más.

Sin embargo, no me animé y lo único que logré fue ir a la cocina a buscar un poco de agua para acallar mi calor. Fue entonces cuando escuché sus gemidos y mi cuerpo se movió solo hasta la habitación como si se tratara de agua en el desierto. Deseaba con locura mirarla darse placer, deseaba preguntarle si estaba pensando en mí cuando lo hacía.

Aquello se había salido de todos los límites. Era como si un río acabara de desbordarse y yo no lograra encausarlo de nuevo. Lo había callado tanto tiempo y se me escapaba así de esa manera...

La puerta estaba cerrada, pero aun así la escuché acabar. No porque lo hiciera a gritos o algo así, solo que mis paredes parecían de papel. Me la imaginé sonrosada y sudorosa entre mis sábanas y no pude contenerme más. Mis manos también habían viajado ya hasta mi miembro y comenzaba a acariciarme. Martina me volvía loco y ella ni siquiera lo sabía, o al menos no lo había sabido hasta hacía unos cuantos minutos. Tuve que morderme el labio para no hacer ningún ruido y alertarla de que estaba allí, tuve que clavarme los pies al suelo para no ingresar a la habitación y subirme sobre ella. Parecía un animal y no estaba bien, era Martina, por Dios... Nunca había sentido ese nivel de descontrol en mi cuerpo.

Cuando volví al sofá un poco más relajado supe que aquello era una completa locura y que no tenía idea de cómo continuaríamos y de cómo nos miraríamos al día siguiente luego de lo sucedido. También tuve la certeza de que si antes deseaba a Martina, ahora estaba en un nivel muy superior, uno que ni siquiera había conocido antes, uno que dominaba mi cuerpo y lograba apagar por completo mi mente.

Y eso era demasiado peligroso porque ella no era cualquier chica.

Era Martina, mi Martina.

Era Martina, mi Martina

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Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora