28. Martina

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No podía dejar de pensar en la noche de la fiesta

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No podía dejar de pensar en la noche de la fiesta. Mi mente era un batiburrillo de imágenes que Adrián había metido en ella, yo recostada por esa mesa mientras me apretaba las nalgas y se apretaba contra mí. Él bajo mi falda descubriéndome y enloqueciéndome. Algunas imágenes no eran reales, no todavía, eran fantasías que él me había transferido y yo las deseaba con intensidad, pero la de él bajo mi falda había sido real y me había tomado tan por sorpresa que no fui consciente de todo lo que estaba sucediendo hasta que el orgasmo me desbarató y me hizo temblar.

Era la primera vez que alguien me lo hacía de esa manera y yo sentía que él también lo había disfrutado. Por el instante que todo aquello duró, me olvidé de las imperfecciones de mi cuerpo y me dejé ir en sensaciones que me hacían sentir sexy y poderosa. De solo pensar en sus labios entre mis piernas terminaba húmeda y tenía que juntarlas con fuerza para sujetar la bola de calor que me crecía en toda la pelvis.

—Estás distraída —Me dijo Merce aquella tarde cuando salimos a buscar un regalo para su padre.

—Lo siento, ¿qué decías?

Ella me miró y se detuvo.

—¿Qué te traes, Martina? —preguntó.

—Nada...

—Oye —dijo y se acercó a una mesa en una cafetería contigua, apartó la silla y se sentó antes de hacerme un gesto para que la siguiera—. Estás dispersa y sonrojada, ¿en qué piensas?

—En nada... es el calor —respondí.

—¿No piensas contarme qué demonios hacían Adrián y tú hacia el depósito el otro día? Los vi salir de allí y regresar bastante... agitados...

—Merce...

—Y no intentes mentirme porque una cosa es que me haga la tonta y finja no notar que los dos se traen ganas, pero otra muy distinta es que pretendas que me crea que no sucede nada...

Me callé, suspiré y la miré a los ojos. Ella levantó las cejas con la seguridad de alguien que me conoce a la perfección.

—¿Lo hicieron allí? —preguntó entonces con esa morbosidad que siempre la acompañaba.

—No... sí... bueno, no...

—¿Sí o no? Me confundes —se quejó.

—Me... él... ya sabes...

—No, no lo sé... —respondió divertida.

El camarero se acercó a nosotros y ambas pedimos un café.

—Queso... lo hizo... el queso... —susurré.

Pude ver la cantidad de fases por lo que pasó el rostro de Merce antes de que captara lo que acababa de confesarle y el momento exacto en que su cerebro lo comprendió.

—¡No! —exclamó.

—Sí —admití y me cubrí el rostro, muerta de vergüenza.

—¿Allí?

—Sí... —repetí.

—Vaya, vaya... ¿Lo hace bien? —preguntó—. Adrián parece uno de esos chicos que respiran sexo por los poros...

—¿Eso es lo que vas a preguntar? —cuestioné y ella se encogió de hombros.

—Que tú y Adrián iban a terminar enredados no es ningún secreto para mí, sabía que le gustas desde hace años y desde que estás libre he notado que a ti no te pasa inadvertido... hay una química explosiva entre ustedes que era cuestión de tiempo que se activara...

—¿Y lo dices así como si nada? —pregunté y ella asintió.

—Martina, las cosas son tan sencillas como las quieras ver, te gusta, le gustas, es normal... Tú te mereces un chico como él, alguien que te vuelva loca y te haga todas esas cosas que el muermo de Juanjo no te hacía.

—¡Merce! —exclamé azorada.

—¿Qué? ¿No es cierto? —inquirió—. Dime que no te gustó el queso... Ahora dime que no quieres comerte la pizza entera con todo y piña si es necesario.

Me eché a reír, quizá por los nervios o por la simplicidad con la que Merce vivía las cosas, por lo que decidí ser lo más sincera posible.

—Nunca he sentido así... todo lo que él me hace sentir... me vuelve loca, es muy fuerte, Merce.

—Pues me alegro porque te lo mereces... ¿Lo hizo bien?

—Sí, fue... —cerré los ojos y suspiré—. Quiero toda la pizza —bromeé y ella se echó a reír, luego me tomó de la mano y me dio un pequeño apretón.

—Ahora que vas a ir con él el fin de semana, aprovecha para disfrutar, Marti, déjate ir, no tengas miedo... no te cierres a todo lo que puedes experimentar.

—Da miedo...

—Lo sé, pero es Adri... Si no fuera él te diría que te cuidaras y fueras despacio, pero con él solo puedo decirte que te estrelles todo lo que quieras.

Ambas nos echamos a reír y cuando el camarero trajo el café ella me contó sobre un nuevo viaje que tenía que hacer en un par de semanas y en el cual pensaba encontrarse con un antiguo novio de la universidad.

Ambas nos echamos a reír y cuando el camarero trajo el café ella me contó sobre un nuevo viaje que tenía que hacer en un par de semanas y en el cual pensaba encontrarse con un antiguo novio de la universidad

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Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora