33. Martina

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Estábamos todos frente al hermoso lago que circundaba la propiedad de los padres de Adrián, no había mucha gente, solo un par de familias un poco más alejadas

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Estábamos todos frente al hermoso lago que circundaba la propiedad de los padres de Adrián, no había mucha gente, solo un par de familias un poco más alejadas. El hermano de Adri había llegado con su esposa y sus niños, el mayor de los cuales que no había perdido ni un segundo para arrojarse al agua. Me maravillaba la facilidad con la que los niños afrontaban la vida y los envidiaba un poco a veces.

Cuando eres niño no eres consciente de muchas cosas, no te interesa lo que la gente piensa, eres como eres, dices lo que piensas y actúas en consecuencia.

Yo estaba acobardada, traía un vestido de hilo sobre el traje de dos piezas que estaba a punto de estrenar por primera vez en toda mi vida. Había visto a mujeres en bikini desde que era pequeña, en fotos, en películas, en imágenes publicitarias y en la vida misma, y siempre las había admirado. Soñaba con poder mostrar mi cuerpo con orgullo y que los demás lo admiraran, me pregunté en más de una ocasión qué se sentiría saberse bella, saberse atractiva para los ojos de los demás.

Yo sabía que todo estaba en la mente, tenía conocidas que no temían ponerse un bikini y no les importaba nada de lo que la gente pensara, pero para mí era difícil conseguir esa seguridad y siempre me ocultaba. En la adolescencia jamás iba a las fiestas de piscina o a los encuentros en la playa.

Adrián lo notó y se acercó a mí, me abrazó por la espalda y colocó su mentón en mi cuello.

—¿Estás bien?

—No —respondí—. Es la primera vez que visto un bikini...

—Comprendo... ¿Estás nerviosa? ¿De qué tienes miedo?

—De que alguien bromee sobre una ballena metiéndose al agua o algo así.

Adrián no se rio, por el contrario, se acercó para mirarme a los ojos y negó.

—Nadie lo hará, si lo hacen, yo los pondré en su lugar...

Asentí.

Entonces él me sacó el vestido con lentitud, mi cuerpo se estremeció al sentir la brisa sobre mi piel, me sentí desnuda. En ese momento, su cuñada se acercó ajena a toda nuestra situación con un vaso cargado con algo de color naranjado y el bebé más pequeño en brazos.

—Marti, ¿quieres? —preguntó pasándome la bebida.

La tomé y me llevé un trago a la boca mientras sentía la mirada de Adrián en mi cuerpo. Disimulaba bien, pero yo lo conocía.

—Qué bello es tu traje de baño, ¿dónde lo compraste? —preguntó Leticia, la esposa de su hermano.

—Lo mandé a hacer en una tienda que me recomendó una amiga... —respondí.

—Eso es lo que me hace falta a mí, es horrible que los pechos no me entran en los que se compran en las tiendas, con esto de amamantar se me han puesto enormes —añadió mirándoselos—. Bueno, no es que me queje... —agregó divertida y sonreí. Su comentario sobre su propio cuerpo logró hacerme perder un poco de tensión—. Luego me pasas los datos, es hermoso y te sienta genial.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora