Capítulo 18

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Julián

Después del nuevo encuentro con Gianna, llegué hecho pedazos a casa. Si de verdad quiero una buena oportunidad con ella, tengo que terminar con Anaís... pero ella no se merece ese daño... aunque tampoco merece estar al lado de alguien que no la ama...

–Hola, amor.

–Hola, Anaís. Aquí está tu chocolate.

–Gracias –me besó–. ¿Por qué tardaste tanto?

–Había mucha gente en el supermercado y la tienda de la esquina estaba en las mismas.

Puso una película romántica y se acurrucó junto a mí. Como la mitad de las veces, no terminamos la peli.

Mientras mi novia se bañaba, encendí la radio y sonaba Pablo Alborán con una canción que me marcó durante bastante tiempo, que muchas veces hacía que lágrimas brotaran de mis ojos: "si hubieras querido"

–¿Quién diría que en un día mueren años? -canté-. De quién te has enamorado si todo lo que soy nunca te ha gustado...

–Amor, ¿por qué estás triste? Nosotros no hemos terminado ni lo haremos. Jamás he tenido ojos para nadie más –dijo Anaís saliendo del baño y caminó hasta mí para abrazarme–.

Noté algo extraño en su voz, como miedo o algo similar, puesto que habló muy deprisa, pero de seguro fue mi imaginación, ¿por qué sentiría algo así? Ella no sabe de Gianna.

Durante la tarde revisé algunos pendientes del trabajo. Por suerte mi jefe había contratado a una chica para trabajar conmigo, así me aligera la carga.

Mañana tengo el día libre, pero debo cuidar a Alex, el hijo de Alan, un amigo muy cercano. Nos conocimos en la universidad y siempre me apoyó en todo, excepto en la relación con Anaís, porque estaba convencido de que la estaba usando para reemplazar a Gianna... y ahora me doy cuenta de que probablemente tenía razón.

***

Alan llegó a la casa y podía ver lo nervioso que estaba de dejar a su hijo conmigo. ¡Hey! que se me hayan muerto unas siete plantas porque se me olvidó que existían no representa mi capacidad para cuidar niños, porque ellos sí hacen ruido y es imposible ignorar que están ahí.

–Amigo, cuídamelo, es lo más importante que tengo –dijo Alan cuando me entregó a su hijo–.

–Lo sé. Tiene 3 años, no 3 meses, no debe ser tan difícil. Anda tranquilo.

Me dijo rápidamente cómo tenía que cuidarlo.

–Alex, te vas a quedar con el tío Julián. Papá tiene que asistir a una charla de negocios, en unas horas paso por ti. Hazle caso en todo. ¿De acuerdo? –Asintió–.

–Has hecho un gran trabajo al educarlo.

–Gracias, amigo.

Cuando se fue, Anaís, el pequeñín y yo fuimos a la feria a comprar unas verduras.

Al momento de cruzar la calle, él nos tomó la mano. Reaccioné con ternura ante su gesto. Cogí su pequeña manito y la envolví con la mía.

–¿Vamos? –Pregunté lo más dulce que pude y él sonrió–.

–Amor, no quiero caminar más –hizo un puchero dijo mi novia–.

–El niño es él, no tú. Ven –respondí–.

Anaís y yo habíamos discutido poco antes de que Alan me encargara a su hijo, y yo continuaba molesto.

Gianna

A Emma le hacían falta unas verduras para la comida de hoy y me envió por ellas a la feria. Hace mucho que no venía. No recuerdo porqué dejé de hacerlo.

Estaba vitrineando las mejores verduras y mejores precios, cuando olvidé lo que debía comprar, así que llamé a Emi.

–Amiga, ¿era perejil, cilantro, apio y...? -guardé silencio-.

En la vereda del frente estaban Anaís, Julián y un niño. No podía ser su hijo, él no quería tenerlos. Ella se percató de mi presencia y le dijo algo a mi exnovio, a lo que él respondió molesto y con un tono de voz fuerte:

–El niño es él, no tú. Ven.

Ok, eso es raro. Por otra parte, el pequeño estaba feliz. De un lado tenía a Julián y por el otro a Anaís, tomaba sus manos e iba saltando.

Por lo menos, él no se percató de mi presencia y no se volvió incómodo el momento. Me camuflé entre la gente y ellos desaparecieron.

–¿Gianni estás bien? Te quedaste callada de pronto...

–Sí, disculpa, entonces era perejil, cilantro, apio ¿y?

–Dos zanahorias. ¡Ah! 5 papas igual, por favor.

–Ok. Te las llevo enseguida

Consideré que lo mejor era ir a un puesto donde Emma fuera siempre. Fui donde una casera, a la cual mi amiga le compraba usualmente sus productos y adquirí lo necesario.

–¡Emma! –Grité en cuanto entré en el departamento–. ¿Emi? –Me preocupé. No había respuesta–. ¿Emi? –Escuché un ruido en su habitación, al mismo tiempo que vi la billetera de Álvaro sobre la mesa y, desde la sala, exclamé riendo–. ¡Pareja de tortolitos, no quiero ver ninguna escena, por favor salgan cuando puedan y estén decentes!

Luego de unos dos minutos, aparecieron.

–Hola, amiga, ¿cómo estás? –Me saludó Álvaro–.

–Hola, Tebi.

Almorzamos todos juntos, como no hacíamos en mucho tiempo.

A pesar del tiempoWhere stories live. Discover now