Capítulo 43

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Gianna

Hoy le dan el alta a Julián y el inútil de Álvaro no pudo averiguar si Anaís seguía viviendo allí.

–Amiga –dijo Emma–, es imposible que, después de haberse separado, sigan viviendo juntos, uno de los dos abandonó la casa. Estoy segura de que Julián te estaba molestando –rió–.

–Pero igual, prefiero no ir. Ya fui al hospital en un acto impulsivo, no quiero ir a su casa en otro arrebato y encontrarme con Anaís cuidando de él –dije mientras me tapaba la cara con un cojín–.

–Deja ese cojín –me lo quitó–. A ver, estamos en este lío porque fuiste cobarde y no te atreviste a luchar por él hace algún tiempo –la miré ofendida–. Las cosas como son, ¿ok? –Asentí de mala gana–.

Tenía razón, si hubiese luchado por Julián cuando pude, ahora no tendría miedo de ir a su casa.

–Me voy a cambiar y luego iré... ¡espera! No sé dónde vive.

–Fácil. Le preguntas. Problema resuelto –rió–.

–Algún día seré yo quien ría, Emma Rodríguez.

Fui a darme un baño y estuve todo el tiempo así: "¿Qué me pongo? Algo casual, pero no demasiado, porque no hay tanta confianza, aunque sí hay algo, pero no lo suficiente, ¿hace frío? Creo que hace calor... ay, no, me arrepentí".

–Amiga, ya escogí tu ropa, está sobre la cama –gritó mi amiga desde mi habitación que estaba junto al baño–.

–Eres la mejor –grité desde la ducha–.

Salí cubierta por una toalla y me quedé de pie frente al atuendo escogido por mi amiga: jeans azules muy ajustados, un crop top negro y zapatillas del mismo color.

–¿Y la chaqueta? –Negó con la cabeza–. No me pondré eso. Me voy a congelar.

–Así Julián te tendrá que dar un hoodie –Sonrió–.

–¡Qué amiga con mente maquiavélica tengo! Lo iré a ver por su accidente, no es ninguna instancia romántica.

–Yo no dije nada, fuiste tú.

–Pero lo insinuaste.

Le hice caso a Emma. Veremos qué pasa.

Busqué las llaves y, con las piernas temblando por los nervios y el frío, tomé el ascensor para llegar al estacionamiento. Una vez en el vehículo, respiré profundamente y busqué el número de Julián en mis contactos. Espero que jamás se entere como lo obtuve o me moriré de vergüenza.

–Hola, Julián, soy Gianna.

–Oh, hola, ¿cómo obtuviste mi número? –Dijo con sorpresa–.

–Quería pasar a tu casa y llevarte una comida que preparó Emma para ti –cambié de tema–, ¿me podrías dar tu dirección?

–Eh... sí... obv-obvio –se puso nervioso– es Las Rosas #430, junto a un mall chino –rió–.

–Ok, en un rato estaré ahí. Nos vemos.

–Te espero.

Corté y el corazón me latía a mil por hora. Estaba muy nerviosa. Esperé a calmarme un poco antes de comenzar a conducir.

***

Estoy frente a la puerta de la casa de Julián. Tengo miedo. Toco el timbre y espero pacientemente a que alguien abriera. De pronto escuché voces provenientes de la casa. "Ya llegó. Apúrate." "Lo hago. No ayudas mucho estando ahí sentado. ¿Por qué no eres un poco más ordenado, Julián?" "Tengo que guardar reposo. Calladito te ves más bonito. Date prisa, quizás se arrepienta y se vaya".

–Hola, ¿Felipe? –dije cuando por fin me abrieron la puerta–.

–Sí. ¿Eres la del supermercado? –Asentí–. Pasa.

Miré disimuladamente hacia todos lados y no había rastro de Anaís.

–Hola, Julián.

–Oh, hola, Gia. Perdona la tardanza en irte a abrir...

–No te preocupes, aunque se hubiese tardado media hora más no me iba a arrepentir, me costó mucho tomar la decisión de venir –reí nerviosa–.

–Escuchaste la conversación, ¿cierto? –dijo avergonzado y yo asentí–.

–Bueno, a lo que vine. Aquí está la comida que preparó Julia, espero que les guste.

–Muchas gracias, estaba hambriento, este inútil no sabe cocinar –comentó Julián riéndose–.

–No me trates así o tendrás que buscar a alguien más que te ayude con todo, porque yo me voy.

–Sabes que no tengo a nadie, ¿qué hago sin ti, Felipito?

–A menos que... Gianna, ¿estás interesada en cuidar a...?

–Mejor comamos antes de que se enfríe –interrumpió Julián a su amigo–.

Fuimos hasta el comedor de la acogedora casa y Felipe fue por los platos y servicio para comer.

Mientras servía la comida, sentí que algo me tocaba el tobillo, me espanté, miré hacia abajo y era una cola.

–¡Un gatito! –Chillé–.

Dejé de servir e intenté acariciar al felino, el cual era bastante dócil y se dejó inmediatamente. Era gris y blanco, sus ojos eran azules, por lo que intuí que era pequeño, a la mayoría de los gatos les cambia el color de los ojos al crecer.

–¿Y eso? Es muy arisco –dijo sorprendido Julián–.

–Siempre me rasguña –se quejó Felipe–. Es una bestia.

–Ay, pero si es un bebé –dije con voz de niña pequeña y lo tomé en brazos–.

–¿Alguna vez te han dicho que te ves aún más hermosa cada vez que estás con un animalito? –Dijo Julián mirándome con ternura en sus ojos–.

–No, nunca –dije sonriendo mientras lo miraba y acariciaba al gatito–.

–Iré a ver si afuera está lloviendo, ya vengo –comentó Felipe y desapareció del comedor. Reí–.

A pesar del tiempoWhere stories live. Discover now