|Capítulo 40: Kihen|

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En los hilos del Ecos del Tiempo, se teje la historia de aquellos que desafían el destino que les depara la Existencia

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En los hilos del Ecos del Tiempo, se teje la historia de aquellos que desafían el destino que les depara la Existencia. No puedo ver las ramificaciones, esas que Tótem y Kihen han escondido. Sin embargo, en medio de esta trama elaborada, yace una verdad inmutable: la inevitabilidad del fracaso. No por falta de astucia o de habilidad —hicieron un gran trabajo—, sino porque existe una constante en los Ecos del Tiempo: yo fracasé, Arstivan fracasó, incluso Manaia lo hizo. Entonces, cualquier otro también lo hará.

 Entonces, cualquier otro también lo hará

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Poblado de Caesar, Niarys.

Territorios en disputa con los Oscuros, reino de Caeles.

El primer octonario consciente que Virav habitó entre los Kara, transcurrió con sosiego y anhelo.

Inclusive cuando la nostalgia se cernía sobre él durante las frías noches, encontraba cierto consuelo en compartir con aquellos seres pacíficos y abnegados. De hecho, lo traspasaron a una habitación personal en la morada de Caranthir e, incluso, le ofrecieron una labor estable cargando mercancía en los pequeños y escasos locales comerciales del Poblado.

Aunque no era comparable con su hogar, o a la vida que dejó atrás, la calidez con la que fue recibido era alentadora. Agradecía cada gesto de bondad con una dulce sonrisa en el semblante. A fin de cuentas, no sería capaz de desquitar su dolor y frustración contra ellos que sólo deseaban ayudarlo.

Pese a la armonía que había hallado, no conseguía escapar de los rincones oscuros de su mente.

En pausas de soledad, cuando la quietud le permitía reflexionar, anhelaba que todo lo que experimentaba fuera una ilusión pasajera; como aquellas pesadillas del ayer. Anhelaba despertar en su hogar y encontrarse rodeado por los cálidos rostros de Aroha y Ngaire, como si ese tiempo de sufrimiento hubiera sido un sueño tormentoso. No obstante, la realidad siempre se interponía, cruel y persistente, devolviéndolo a la certeza de que sus amadas estaban en un mundo distante.

Cada vez que abrió los ojos, el entorno apretaba su corazón con un dolor punzante. Sentía la lejanía física y emocional de su verdadero hogar.

El tiempo que pasaba entre los Kara lo alejaba más de la posibilidad de volver a abrazar a sus seres queridos. Empero, la comunidad que lo rodeaba no escatimaba esfuerzos para consolarlo y apoyarlo en su proceso de adaptación. La empatía y el afecto que recibía mitigaban en parte la sensación abrumadora de pérdida que lo atormentaba en las etapas más silenciosas de la noche.

|Una memoria perdida|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora