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Las manos le temblaban con tanta intensidad que, siquiera podía disimularlo

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Las manos le temblaban con tanta intensidad que, siquiera podía disimularlo. No había nadie alrededor, gracias a Dios, pero, apenas y podía respirar, el bullicio en la sala del trono se escuchaba hasta detrás de las puertas donde estaba parada.

Iba de un lugar a otro con los ojos empañados, ya no podía llorar más, ¿Cómo hacerlo? Si llevaba todo el día llorando desde que se vio al espejo.

Pero, ella no era la única tensa, la única quebrantada y con las piernas tan débiles como su espíritu. El rey Min estaba sentado en el trono, con los ojos rojos, la mandíbula tensa y toda la corte discutiendo sin parar, mientras que, los otros nobles sólo murmuraban parados alrededor de la alfombra que estaba extendida desde la entrada del salón hasta el trono de El rey.

Era inquietante la cara de El rey, se le veía tan enfermo, ojos vacíos y nudillos rotos, era imposible qué había en su mirada, tal vez arrepentimiento o rendición.

Nadie de la familia real parecía tener buen semblante, la tensión entre todos y cómo se miraban con pavor y nerviosismo era casi palpable. La reina miraba a todos lados, tal vez a la espera de una señal, de salvación, esperanza.

Estaban condenados, rodeados, destruidos. Siquiera había comenzado la ceremonia y, todos ya sabían casi de sobra que, la familia Min estaba condenada a la destrucción, que nadie podía salvarlos. Mucho menos una princesa falsa.

El rey Min lo había destruido todo, cada decisión, creación y costumbre de su padre, se esfumó con su mandato y, todos se vieron afectados por ello. Ahora la Silla de antes no era más que un recuerdo y, la familia Min pasaría a la historia como sangre maldita.

-Su majestad, es hora de comenzar -le habló su madre, dándole esa mirada tan inquietante al inclinarse frente a su hijo susurrando aquello, con las manos envueltas en vendas manchadas de sangre.

Vio a su hijo tragar duro, sin siquiera mirarle a los ojos, distante, con una mirada gélida e inexpresa. Suspiró abatida, tal vez nunca recibiría el perdón de su hijo, pero, al menos, lucharía hasta quebrantar sus huesos por mantenerle en el trono.

Aunque ese deseo parecía casi imposible de concederse, era la primera vez que la corte real miraba con tan poco respeto y sujeción al rey, estaba claro que su decisión era la que los llevaría a la completa condena de derrumbarse.

El rey no hizo nada, siquiera le contestó, mirando al frente con el rostro serio, lleno de resentimiento.

-Quisiera comprender por qué luce tan gozoso -reclamó en un bruco murmullo la reina al hombre a su lado.

Dong-Wook, el mago de Baekje, suspiró dejando escapar una corta y discreta risita, con las manos juntas tras la espalda, parado a un lado de la madre de El rey.

-No se saldrá con la suya -aseguró la reina, levantando el rostro con decisión, seria y firme.

-Su majestad parece ser más ingenua ahora que envejeció, solía ser una gran guerrera -se burló el pelinegro mago, soltando una risita burlona, mirando al vacío con una sonrisa-. Dígame, ¿Qué le pasó?

The Min Dynasty [Min Yoon-Gi]Where stories live. Discover now