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-¿Quiere que paremos?, ¿Está cansada? -Preguntó el castaño príncipe Kim con los ojos bien abiertos, preocupado y curioso, mirando a la costurera con atención a los ojos

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-¿Quiere que paremos?, ¿Está cansada? -Preguntó el castaño príncipe Kim con los ojos bien abiertos, preocupado y curioso, mirando a la costurera con atención a los ojos.

Él le ayudaba a caminar por el jardín vacío del palacio lentamente por el césped. Sujetándola de los hombros cuidadosamente para que no cayera, yendo a su lento ritmo ya que apenas tenía fuerzas pero le habían recomendado empezar a moverse poco a poco y él quiso ayudarla, quiso estar ahí para ella. No entendía por qué aún, pero ayudarla le hacía feliz y sonreír ampliamente. Tal vez era porque nadie le había tratado como él y le gustaba hacerla sentir bien, y eso que no llevaban ni una semana allí.

-Estoy bien, gracias, su majestad -Respondió la pelinegra un poco avergonzada y con algo de miedo, dando pasos lentos y reafirmándose en este, mirando todo el tiempo al césped verde.

-Entonces seguimos -Le dijo felizmente este, dispuesto a seguir el lento caminar de esta por el tiempo que fuera necesario, sin importar qué o quién.

Guardaron silencio por un extenso tiempo, la costurera Nana miraba al piso, dando cortos pasos ya que su cuerpo seguía debilitado y su espalda dolía más que cuando pasaba tal vez tres o cinco horas. Sinceramente le gustaba coser, y mucho. Pero era lo único que podía hacer, literalmente. Tenía que trabajar el día entero haciendo vestimenta para quien fuera, en especial para Yang Mi, la dama de la reina y madre del rey Min. No sabía por qué, pero esa mujer le hacía trabajar como nunca y desde mucho antes le hacía la vida imposible.

Se sentía bien tener un tiempo para caminar y respirar un poco. Porque si no hiciera nada la echarían. A veces simplemente le gustaba bordar mientras pensaba en su familia, ¿Su madre sería bonita?, ¿Tenía algún hermano?, ¿Y su padre? Se los imaginaba constantemente, se hacía preguntas y miles de cuestiones que no podía responder. Su vida era algo lamentable, sinceramente. Seguramente viviría y moriría cosiendo. Su sueño era ser tan feliz como Sun Hee, la hermana del rey Min, tener muchos vestidos y miles de zapatillas. Usar accesorios bonitos y tener una madre tan linda como la reina Sunny. Pero eso era solamente una fantasía, porque mientras Yang Mi viviera ella solamente sería una esclava sucia.

Pero ahora estaba ahí el príncipe Kim. Nunca nadie le había tratado también, tampoco le había defendido, había luchado por ella o puesto tanta atención como lo estaba haciendo.

-Príncipe Kim -Dijo ella deteniendo su lento andar con la cabeza gacha, mirando al césped verde sin parar, apretando con fuerza los puños, tragando duro.

-¿Quiere que paremos ahora? -Preguntó este al ver que se detuvo de golpe cuando todo iba tan bien, tal vez staba cansada y se estaba exigiendo mucho ya.

-¿Por qué...-Ella buscaba una forma correcta para decirlo- ¿Por qué usted hace esto? Sabe que le van a reprender y el rey se enojará. ¿Por qué?, ¿Por qué exponerse tanto con una simple costurera?

El castaño príncipe sonrió levemente de lado, suspirando mientras asentía repetidas veces.

-Porque sí -Respondió él con una divertida y cálida sonrisa, mirándola a los ojos como si fuera lo más hermoso sobre la tierra-. ¿Usted cree que me importa lo que diga el rey Min? No es él la que la está tocando y mirando, que vaya a sentarse porque mi corazón es diferente al suyo. Desde que le vi a usted no he podido alejarme, no sé qué sea, pero no lo ignoraré, y me quedaré aquí diga lo que diga el rey. Si para él es de tropiezo que yo le vea, pues que me mate, porque yo no tengo problema en mirar a los ojos y tocar a una talentosa mujer que sirve en silencio

The Min Dynasty [Min Yoon-Gi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora