Capítulo 9: Queridos Reyes Magos

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*Ainhoa POV*

Salí del centro comercial.  Las campanillas y los villancicos grabados con falsas voces de niño, reproducidos en bucle, estaban empezando a ponerme la cabeza como un bombo.

Por culpa de un puesto ambulante, la calle olía a humo, a chocolate, a canela... La gente caminaba a toda prisa y las luces de colores lo iluminaban todo a mi paso.

- ¡Ama! ¡Mira es un paje! - una niña corría tirando de la mano de su madre, ilusionada y con la carta amarrada al pecho.

- ¿Tenemos que seguir haciendo esto? - su hermano mayor, no mucho mayor, unos pasos atrás golpeaba el suelo con las zapatillas desgastadas y las manos en los bolsillos.

- Enzo - la niña se paró firme, como una estatua, frente al chico - ¿Crees que los Reyes te van a traer algo si sigues comportándote así?

El niño quiso protestar, pero la mirada de su padre fue suficiente para que no le desvelara la verdad en aquel preciso instante al imparable terremoto de seis años que tenía enfrente.

Miró serio a su padre, mientras su madre, que se había deshecho del agarre de la criatura, le rodeaba los hombros y le daba un beso en la cabeza al chiquillo que, por primera vez en su vida, era consciente de que todo aquello no era más que una enorme fantasía colectiva.

La niña no avanzó ni un paso más en dirección al hombre que debía recogerle la carta y entregarla a la realeza de oriente.

- Va, acompáñala - le pidió su madre con voz dulce.

El niño resopló, se acercó a la enana y le dio la mano.

- Os esperamos aquí - dijo su madre.

Mientras caminaban los dos pequeños, uno menos pequeño que la otra, ella levantó la vista y le hizo un gesto a él para que se agachara: tenía un secreto.

- Como no has querido hacer tu carta, he cambiado uno de mis tres regalos por la camiseta del Athletic - susurró.

Esa mocosa a veces era insufrible, pero Enzo tuvo ganas de abrazarla en ese momento.  A veces le sorprendía con esas cosas y no esperó siquiera que hubiera pensado en él. Qué poco sabía él lo mucho que lo idolatraba aquella chiquilla, que lo imitaba en todo y lo metía en más líos que nadie.

No la abrazó, porque se habría muerto de vergüenza

- Gracias - murmuró.

Intentó disimular la sonrisa y los nervios que se le dibujaban en la cara mientras su hermanita lo guiaba hasta el paje real. Ya no creía en eso. Su padre le había dicho que ya era mayor, que tenía ocho años y que debía saber la verdad. Valorar que toda aquella ilusión, salía, en realidad, de su bolsillo. Del sudor de la frente de su padre día a día en el trabajo.

-¡Aiba! - se frenó en seco la muchacha, soltando a su hermano y llevándose las manos a la cabeza.

-¿Qué pasa? - le preguntó él preocupado.

- Que no he puesto talla ni nada, ¡a ver si te la van a traer pequeña!

Enzo se echó a reír.

- Tranquila - tomó de nuevo la mano de su hermanita y se acercó al paje - ¿Puedo preguntarle algo?

El paje hizo un gesto afirmativo.

-¿Verdad que sus majestades lo saben todo y aunque te hayas olvidado de escribir algo, no pasa nada?

El paje volvió a asentir.

-¿Ves? - la niña pareció sopesar esa información y le pareció coherente con el resto de informaciones que tenía sobre los Reyes Magos.

La Luz de Los FocosWhere stories live. Discover now