Capítulo 15: El muro

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*Luz POV*

Mi abuela Rita siempre decía que las personas tristes atraen el morbo. Que a la gente le gustaban los problemas de los demás porque así no pensaban en los suyos. Y que a nuestra familia nos había tocado ser de esas personas que distraen al resto de sus propias vidas.

Casi como si fuera una obligación.

Iba pensando en ello mientras volvía de regreso a Madrid, sin resaca y sin dolor de cabeza y con una especie de energía nueva y recargada.

Que mi abuelo había llevado una buena vida y, a cambio, le había dado una muy mala mi abuela.

Pero ella seguía ahí.

Y mientras observaba a mi padre conducir, tarareando esa canción que siempre ponía, sujetando el volante mientras mi madre lo acompañaba con los coros más desafinados del mundo y golpeando el salpicadero, entendí por qué ella había decidido alejarse de todo lo que rodeaba a esa parte de la familia.

Por qué me había obligado a terminar los estudios y a asegurarme que realmente quería esa vida antes de iniciar mi carrera.

A diferencia de mi tía, mi madre había buscado a un hombre sencillo, como solo Javier Romaña podía serlo, que se preocupaba por los suyos y que le importaba un bledo lo que pensaran los demás y así iniciar una vida lo más tradicional que su apellido le permitiera.

Chari se equivocaba cuando decía que no había inculcado eso a sus hijos, al menos, con mi padre, había hecho el mejor de los trabajos.

-          Jon, esto es música de verdad no el punchin punchin ese que escuchas todo el día – le dijo mirándolo por el retrovisor.

Mi hermano puso los ojos en blanco y vi como subía el volumen de la música en su móvil.

Siempre había habido problemas en casa de los Lasierra, como en todas las casas de todas las familias, y yo había estado presente en un montón de discusiones entre mis abuelos, mi madre y mis tías. Que, a mi abuelo, cada dos por tres se le destapaba alguna cosa que no era del todo agradable para sus hijas ni para su mujer. Entre las amiguitas y los negocios turbios, al hombre se le daba bien generar el caos.

Y no solo mi abuelo había dado que hablar.

A mi tía Marta la habían plantado en el altar cuando yo tenía unos ocho o nueve años. Recuerdo como lloraba descompuesta y mi abuela solo hablaba de poner la otra mejilla. En ese momento lo entendí regular, porque nadie le había dado ninguna bofetada, pero ahora sí que sabía lo que quería decir. Porque esa era la filosofía de vida de Rita.

No sé si se lo dijo en ese momento para protegerse a sí misma o porque no quería ver a su hija convertida en una víctima en televisión. Ya había bastante con que ella fuera el hazmerreír de toda su generación, algo que con el tiempo se había ido borrando un poco del imaginario colectivo, pero que ella no podía olvidar. Y me sentía aún un poco mal por haberla llamado Cornuda de Oro, a pesar de que estuviera metiéndose con alguien a quién ella no conocía en verdad.

Sabía que eso le habría dolido y que, tarde o temprano, tendría que acercarme y disculparme. Porque ella no iba a perdonarme sin más. Era demasiado orgullosa.

El problema era que, en esa época, Marta era una de las protagonistas de una de las series con más tirón del momento y todas mis amigas de clase la veían. Me pasé dos semanas sin ir al colegio porque el primer día que volví, después de la boda fallida, dije algo que no tendría que haber dicho y se filtró de algún modo.

Ni siquiera recuerdo el qué.

Y no fue extraño que saliera del aula porque la gente de mi colegio tampoco era gente muy normal, eran hijos de las élites de Madrid.

La Luz de Los FocosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora