Capítulo 13: Cosas de Padres

6.2K 293 757
                                    


--- Hola, quiero avisaros de que hay una lista de spotify que cree para este fic, dejare el enlace en un comentario ---


*Ainhoa POV*

Recuerdo caminar de un lado al otro de mi habitación. Con el corazón disparado. Con un dolor de tripa horrible. Llevaba ya un rato anticipándome a lo que se venía, aterrorizada, y tratando de encontrar alguna excusa que fuera creíble para salvarme de algún modo.

Deseé desaparecer. Cerrar los ojos muy fuerte y no estar ahí. No ser yo. No existir.

Deseé no existir.

Arriba y abajo. Caminaba impaciente, me sudaban las manos. También recuerdo abrazarme a aquel peluche que me había ganado en la feria del pueblo el chico con el que había salido un par de veces ese verano. Un noviete del que, por supuesto, mi padre no tenía ni idea.

Pero habría sido mejor que me hubiera pillado de la mano de ese chiquillo, o subida en su moto al salir de clase, que lo que habría escuchado esa tarde.

Aunque no tenía muy claro qué había escuchado y qué era exactamente a lo que debía enfrentarme. Lo que lo empeoraba todo porque sólo hacía que mi cabeza se imaginara un montón de escenarios y ninguno era bueno. En ninguno salía bien parada.

Oí los pasos.

Oí la puerta del recibidor.

Estaba acostumbrada a distinguir cuándo entraba él, cuando entraba ella, y de qué humor llegaban por la intensidad de las pisadas, por la velocidad de esos pasos, por la forma de abrir la puerta de la calle.

Esa vez, llegaron juntos.

- Ainhoa, cielo, ¿puedes venir? - si la voz de mi madre sonaba asustada, ¿qué se esperaba de mi con dieciséis años recién cumplidos?

Tragué con fuerza. Dejé el peluche en la cama y salí al salón de mi casa. De ese sitio al que habría llamado hogar, si no fuera porque, en cuanto la desgracia se coló entre los muros que alguna vez habían parecido infranqueables, dejé de sentirme a salvo en él.

Mi padre me observó mientras llegaba y me hizo una señal para que me sentara en la silla del comedor. Se encendió uno de esos puritos que fumaba siempre, que olían tan fuerte que luego no había forma de quitarse ese aroma asqueroso de la ropa ni del pelo. Ese olor que estaba impregnado en las cortinas y en todos los recuerdos de mi infancia. 

Esa maldita silla. Ese maldito comedor.

Mi madre no fue capaz de mirarme y yo ni siquiera la busqué.

- ¿Sabes lo duro que es perder a un hijo? - preguntó mi padre.

Y así empezaba todo siempre. Todas sus broncas, todos sus sermones. Puedo jurar que mi padre no me puso nunca una mano encima. Pero, la cantidad de veces que había sentido el dolor físico en sus palabras, sería incapaz de contarlas.

Hubiese preferido una bofetada a que me echase en cara que mi hermano no estaba. Y que eso parecía joderle. Que el que no estuviera fuera él y no yo.

- ¿Sabes lo que es levantarse todas las mañanas al alba, a pesar de no tener ningunas ganas de hacerlo, solo para dar de comer a tu familia? Para ponerte un plato a ti sobre la mesa, un techo sobre tu cabeza, para poder vestirte y que solo te tengas que preocupar de estudiar. ¿Tú sabes lo que es eso? No lo creo.

Negué con la cabeza. Él quería que le diera la razón, pero no quería que le interrumpiera.

- Me parto el lomo todos los días para que tengas la mejor educación posible. Te he criado con todo el amor del mundo. Para que de repente me llame a mí, una de las profesoras de mi hija, horrorizada. ¡He perdido a un hijo! Y me llaman avisándome de que no espere nietos.

La Luz de Los FocosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant