Capítulo 30: Nuestras madres

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*Luz POV*

Salí de la ducha y me senté en el sillón de mi habitación. Aún envuelta en mi toalla, me quedé mirando con muchísima pereza la maleta sobre la cama. Tenía que deshacerla, echar a lavar la ropa y guardar los zapatos.

Muchísima pereza.

Y esa tarde, en la que agosto se escapaba de entre los dedos, pensaba que nunca había tenido tantas ganas de que se terminaran las vacaciones.

Que nunca lo había pasado tan mal.

Que el único respiro me lo había dado Ainhoa apareciendo de la nada. Que mi abuela había decidió que yo ya no era su ojito derecho y que eso me dolía. Me dolía en lo más profundo. Me dolía mucho más de lo que ella se merecía que me doliera.

Y de lo que me hubiese esperado.

Me enfadaba conmigo misma por sentirlo así. Por no poder enfadarme y ya. Por no poder hacer como ella, dejar que sus actos, sus elecciones, pesaran más que nuestra relación. Que a ella no le dolía, que no me echaba en falta y que no añoraba nuestra complicidad.

Yo siempre había creído que nuestro amor, el de nuestra familia, era incondicional. Pero estaba claro que, al menos por su parte, no lo era.

Subí los pies al sillón y suspiré.

Tenía que deshacer la maleta.

Ainhoa 💛: "Has llegado bien?"

Ese mensaje hacía horas que estaba en nuestro chat sin respuesta. No le había respondido en todo el día.

Necesitaba silencio.

Que si no lo había, me iba a romper. Que no quería hablar con nadie, ni encender la tele, ni escuchar música, ni la radio. Había disfrutado de la soledad, la tranquilidad y del silencio todo el día.

Que, en medio del aeropuerto, me había dado cuenta de que la gente me molestaba más de lo normal.

No era una molestia típica.

No era ni por los atascos en las salidas, ni por los carritos intentando pasar, ni la gente apelotonándose en las colas de los mostradores.

Era una molestia diferente.

Una mucho más grande. Una cosa que me quitaba el aire y que si alguien me tocaba, si una sola persona me volvía a tocar, me iba a hacer un ovillo en el suelo y me iba a echar a llorar.

Que el ruido de los coches mientras esperaba al taxi me había resultado insoportable.

Que tenía el corazón acelerado y, al respirar, sentía un hueco en el pecho.

Que no quería responder a ninguna pregunta y que incluso darle mi dirección al conductor me había costado.

Nunca iba a recuperar el favor de esa mujer. Y, aunque lo recuperara, la forma en la que me había tratado desde el minuto en el que Ainhoa había estado sobre la mesa, no se iba a desvanecer.

Ese dolor, ese daño, esa realidad, no iba a desaparecer. No iba a olvidarlo.

Aunque se solucionaran las cosas.

Aunque acabara dándose cuenta de que quizá sí que me echara de menos.

Y nunca iba a volver a ser la misma ante sus ojos. Porque si tenía que hacer ese ejercicio mental, si tenía que esforzarse en volver a verme como me miraba antes, era imposible que todo siguiera intacto.

Y me enfadé otra vez conmigo misma porque pensaba que debía estar enfadada.

Pero no lo estaba.

Solo estaba aterrizando en un mundo en el que el amor era condicional.

La Luz de Los FocosWhere stories live. Discover now