Capítulo 21: ¿Y si no?

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*Ainhoa POV*

Estaba hundida, con media cara metida en la bata que me habían prestado, y mal sentada en la silla plegable azul frente al tocador. En realidad, tenía mucho sueño y se habían tenido que esforzar bastante en disimular mis ojeras.

Me miré al espejo, por si quedaba rastro de ellas, y no pude ver ni una sola de mis pecas entre las capas del maquillaje y lo sucio que estaba. De pequeña había odiado muchísimo esas manchas esparcidas por toda mi cara, pero desde que trabajaba con gente que se dedicaba a tapármelas tanto como podía, había empezado a sentir lástima por ellas.

Mi cuerpo me pedía a gritos volver a casa y meterme en la cama.

Fantaseaba con dormir dos días seguidos, tras el viaje y esa última noche que había pasado casi sin pegar ojo. Cosa que no iba a poder hacer porque tenía esos dos días programados hasta arriba y luego tenía que participar en una promoción para una marca que me pagaba una cantidad ingente, indecente diría, de dinero por cuatro publicaciones muy poco pensadas con sus productos.

También tenía el móvil entre las manos y jugaba con él, a ratos mordisqueando el borde, impaciente. Como una niña pequeña. Y es que lo que no podía hacer era dejar de mirarlo esperando su mensaje.

Era curioso.

Siempre había pensado que salir de mi pueblo, huir de mis padres, ganar muchísimo dinero y ser famosa iba a ser la clave de mi felicidad. Que cuando empezaran a pedirme autógrafos, a lloverme ofertas y la gente tuviera posters con mi cara, todos mis problemas se solucionarían y olvidaría todo lo malo que había tenido que vivir.

Y que mi padre se enorgullecería de mí y que podría pagarles las deudas y así no tendría que madrugar nunca más. En mi sueño infantil, aún creía que todo aquello de partirse el lomo era algo más que un dardo para causarme una culpabilidad infinita que me mantuviese con la cabeza agachada.

Me lo decía a mi misma mientras recogía mis cosas de madrugada, en silencio y furtivamente. Que les sentaría mal, sí, pero que lo arreglaría después. Que ellos nunca me habrían dejado marchar y que no creían en mi sueño. Me lo decía mientras metía en esa mochila mis ahorros, tras un verano entero trabajando en la piscina municipal.

Me lo repetí de camino a Madrid y mientras servía mesas a clientes desagradecidos y maleducados. Era un mantra en bucle cuando tenía que aguantar las broncas de los encargados por haber salido antes o llegado tarde a mi turno por culpa de un casting.

Era el clavo al que me había agarrado cuando mi madre me llamaba y me decía que volviera, que le había roto el corazón a mi padre. Que llevaba ya tiempo ahí y que ya estaba, que asumiera que no servía para eso y que había que ser alguien con apellido y contactos para meterse ahí.

Pero me agarré con fuerza. Que todo ese dolor, esa angustia y la infelicidad en la que había crecido iba a desaparecer por arte de magia cuando firmase mi primer contrato. Que cuando las alfombras estuvieran puestas para mí, cuando los focos iluminaran en mi dirección, todo habría valido la pena y, al fin, sería libre.

Sería feliz.

Pero llegó. Llegó todo eso. Y, encima, llegó de golpe. Porque fue un boom. Tuve la suerte de mi lado, de la noche a la mañana gané como cien mil seguidores. Fue... Increíble. Y luego las colaboraciones, los titulares, las nominaciones,  los papeles pequeños en series, las ofertas de películas, las entrevistas en televisión.

Llegó el dinero.

Llegó muchísimo dinero y por cosas tan tontas por las que yo no sabía que se podía ganar tanto dinero. Y pagué esas deudas. Porque seguía pensando que esa sería la solución.

La Luz de Los FocosWhere stories live. Discover now