Capítulo 29: con el Mediterráneo de fondo

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*Luz Pov*

Nunca esperé sentirme de esa forma con nadie.

Que no me sentía incómoda, que no sentía que invadía mi espacio, que cuando no estaba la echaba de menos y que, un poco como un perrito que no quería separarse de su amo, tendría que esforzarme mucho en convencerme a mí misma de que no podía estar todos los días con ella.

Que no era posible.

Que lo decía en serio, que iba a estar ahí si me necesitaba.

Mientras la observaba dormida, diciendo cosas que luego no le contaría por la mañana, pero que usarían su contra para hacerla sufrir un poco, pensaba que tenía mucha suerte de que se hubiera fijado en mí.

De ser yo, de tenerla a ella.

Y yo no sabía si Ainhoa se había enamorado de mí realmente a primera vista, si eso era posible. Pero yo no habría sabido explicar en qué punto me había pasado a mí. Cuándo había pasado de sentir esa atracción incontrolable por ella a sentir eso.

Cuándo había pasado de tratar de entender por qué mi cuerpo la reclamaba a sentir esa paz al escuchar el latido de su corazón, con mi oído pegado a su pecho.

Que sí que todo era un poco más complicado de lo que había sido antes, con otros, en otra circunstancias.

Que yo tenía mis cosas y Ainhoa la suyas, pero que la forma que tenía esa mujer de hacerme sentir especial, de callar las voces de mi cabeza, aunque le costara, y de subirme a lo más alto de aquella montaña rusa, sin hacer que la bajada me hiciera entrar en pánico, era brutal.

Aunque el vértigo estaba.

Y no era justo.

Yo no estaba siendo justa.

Mi cabeza no estaba siendo justa conmigo.

No tardé en darme cuenta de que mi falta de confianza no era en Ainhoa. Sino en mí.

Me iba a costar muchísimo.  Porque empezaba a entender que mi problema no era confiar en ella, sino que más bien lo que me resultaba tan conflictivo era lo de confiar en mi propio criterio.

Si mi corazón me decía que Ainhoa era sincera, tenía que dejar a un lado ese pensamiento destructivo, ese que me empujaba a creer que no sabía distinguir a quien me quería el bien de quien se quería aprovechar de mí.

Que me impedía tener amigos de verdad.

Que me empujaba a refugiarme solo en mi familia.

Paré a pensar que nunca había sido capaz de tomar una decisión sin contar con la voz de Rita señalándome el camino correcto.

Que, en cada error que había cometido, había estado ella para recalcar lo ingenua que era y para hacerme consciente de que la necesitaba para arreglar el estropicio.

Pero las cosas debían cambiar. De algún modo.

No podía seguir viviendo con la idea pueril de que los adultos a mi alrededor tenían la razón, que conocían una verdad absoluta que yo desconocía, y que todo lo que me decían era por mi bien.

Estaba empezando a ver que muchas veces habían mirado más por su bien que por el mío. Y no hablaba solo de mi abuela.

Cuando abrí los ojos no era consciente de que me había dormido. Que la noche había dejado paso a la mañana con el trascurso de las horas, y lo supe porque el sol se colaba por el pequeño hueco que dejaba la cortina mal echada.

Ainhoa se removió, estirándose para abrazar la almohada, y me obligó a observarla de nuevo, con esa expresión tranquila dibujada en el rostro.

Siempre tan serena, siempre tan comedida. Capaz de convencerte de que era fría y de mantenerse distante en todo momento, alienarse de todo y de todos, como si estuviera en otra liga, en otro plano que no era el de la gente corriente.

La Luz de Los FocosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant