Capítulo 2 [2.2]

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Daniel Felton vio a las tres mujeres salir de la tienda de víveres que era administrada por el matrimonio Pratt; subir al Jeep color rojo estacionado frente a la tienda de víveres y emprender la marcha.

Sus vecinas eran muy populares entre los de la zona, convertiéndose en celebridades locales. Toda información que Dan tuviera para aportar era recibida como un cargamento de oro sólido. No todos los días llegaba un grupo de mujeres solteras a una zona lejana de cualquier centro comercial, con sus lindos traseros redondeados.

Los suyos habían enloquecido. Apenas las olfatearon, corrieron a casa de Dan para indagar un poco sobre sus vidas. Dan los recibió, los dejaba divertirse un poco mirando a través de las ventanas y gastándoles bromas a cada oportunidad. Era entretenido ver a los miembros de su manada comportarse como idiotas. Incluso, había husmeado junto con ellos. Ocasionalmente.

Más nunca la había visto.

¿Cómo se llamaba?

Marisol.

Sí, nunca había visto a Marisol.

Dan se alteró un poco cuando la descubrió mirándole. Ninguna mujer le había sostenido la mirada por tanto tiempo y aún menos en la forma en que lo había hecho.

Daniel no inspiraba más que temor. Intimidaba a la gran mayoría de las mujeres y a las que no conseguía acobardar, simplemente lo evitaban. Él era muy consciente de que la gran cicatriz en su rostro y su altura no jugaban a su favor.

Habían pasado los años en los que había estado dispuesto a conocer algunas candidatas. En su defensa, Daniel no parecía cumplir los requerimientos lo que la gran mayoría de mujeres demandaban. No era un hombre sofisticado, ni un gran conversador, ni un cosmopolita. Por el contrario, disfrutaba acampar y llevarse su vieja camioneta pick-up 95 durante el fin de semana. Marisol, sin embargo, lo observó con fascinación y eso...

Lo aturdió.

Se decía que las recién llegadas eran atractivas pero él nunca lo creyó, esos imbéciles tendían a exagerarlo todo, pero Marisol sí que era bonita. Con el cabello largo y oscuro, sus gruesos rizos se balanceaban despreocupadamente a cada paso que daba. Tenía grandes ojos marrones con pestañas abundantes y oscuras. Su piel tenía un hermoso tono dorado que le recordaba a la miel. Sus labios eran llenos y rosados, absolutamente besables. Se veía demasiado joven.

Debe serlo— se convenció, desechando cualquier pensamiento lascivo hacia la muy probable menor de edad.

—Pero esas tetas...

¡Suficiente! se reprendió.

Dan se dirigió al mostrador, pagó la totalidad de la cuenta y salió de la tienda. Bruce, un pastor alemán ya entrado en años, lo esperaba en la pick-up con sus orejas puntiagudas muy alertas.

—¿Qué tal, amigo?— agregó casualmente. Bruce meneó el rabo, celebrando su llegada y Dan lo recompensó con unas cuantas palmadas en el lomo. Encendió el motor y prendió la radio. Pasando de una estación a otra.

Sin decidir que escuchar, optó por apagarla, deleitándose con el paisaje silvestre que tanto amaba.

Era sábado por la tarde y como era costumbre, saldría con sus colegas para pasar un buen rato bebiendo cerveza y jugando billar en Road Tavern. En otra época eso le agradaba, ahora, comenzaba a aburrirle. Su vida solitaria ya no lo satisfacía. No sabía exactamente que andaba mal, tenía todo lo que quería. Un buen trabajo. Hogar propio. Buenos amigos. Una cuenta segura en el banco. Sin olvidar a sus dos padres impertinentes que estaban al tanto suyo.

REFUGIADAWhere stories live. Discover now