Capítulo 13 [13.3]

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Corría presurosa, filtrándose aún más en la profundidad del bosque, preguntándose qué era lo que había atestiguado. Un lobo. Un lobo blanco la había olfateado y amenazado. El mismo lobo que hacía no mucho había visto aullar junto al claro.

—¡Qué bestia tan extraordinaria!— era lo que ella había pensado cuando algo en su interior le había advertido que aquel desventurado encuentro podría llegar a ser su única forma de supervivencia.

O bien, su única forma de hacerse de una muerte piadosa.

No obstante, Marisol estaba al tanto de que ese gigante albino no era un lobo cualquiera. La inteligencia se dibujaba a través de sus ojos. Sus movimientos eran rigurosos y conscientes, como si precisara meditar. La cabeza gacha se movía de un lado a otro, desprendiendo pensamientos indeseables. Se había detenido, sentado en sus dos patas traseras mientras se deleitaba con la vista en el cielo. Un cielo despejado una vez que la llovizna concluyó. Aulló, revelando su pesar. Precisamente cuando reparó en su presencia, la bestia se acercó cautamente para inspeccionarla. Para olfatearla. Le había tomado demasiado tiempo decidir si debía atacarla. Marisol casi pudo asegurar que se hallaba confundido cuando le pidió asesinarla. Sobraba decir que de alguna forma la comprendía. El animal la miraba con detenimiento, sopesando su reacción, su hocico cerca de ella. Sintió su tibia respiración pegar contra su oído...

Y su suerte llegó a un abrupto final.

Viendo a su atacante aparecer entre las sombras, apuntando hacia la bestia. O hacia ella. Marisol no lo tenía claro. Lo único que supo fue que el lobo blanco recibió el disparo mientras su fornido cuerpo se abalanzaba por los aires. Ni el ruido, ni el dolor, lograron disuadirlo. Por el contrario, el enfurecido animal sólo se precipitó hacia el intruso y dejo de prestar importancia a su minúscula presencia, yendo directamente a derribar el cuerpo de Jamie y manteniéndolo sujeto contra el suelo; provocando que el adolescente gritara cuando las filosas garras se enterraron en su cuerpo. Mientras el majestuoso depredador sostenía su mirada ante el dominio completo de su adversario, escuchó un primer disparo. La bestia se quejó y Marisol pensó que no tardaría en ir tras ella. Jamie, no el lobo.

Apesadumbrada, se levantó como pudo y comenzó a andar torpemente. Se percató que había perdido un zapato cuando la humedad de la tierra hizo que resbalara. No obstante, ella no grito. Ni siquiera se quejó. Por el rabillo del ojo, el lobo forcejaba, quizá quien forcejeaba era Jamie. Marisol sólo sabía que este seguía manteniéndose bajo el dominio de la bestia. Aquella no podía ser una forma digna de morir para un joven y eso lo enfurecía. Su mercenario se retorcía, gritaba improperios ante la insatisfacción. Marisol observó eso a la perfección.

Entonces, el lobo asestó una mordida. No había palabras para describir el terrible sonido que emitió. Un socorro desesperado por ayuda. Allí, sobre la tierra, Jamie parecía inofensivo. Frágil. Similar a cualquier otro ser humano. Estaba por atestiguar la muerte del adolescente y no haría nada al respecto. Contrario a la especulación de muchos otros, ver a su captor palideciendo bajo las garras de la bestia no la regocijó. Todo lo contario. Un ser humano podía presenciar la muerte de otro y no reaccionar ante ello. Almacenar este momento en los rincones más profundos de su inconsciente sería...

Marisol no pudo indagar más en eso. En medio de un sinfín de gruñidos y bramidos humanos, la sangre fue derramada. La desesperación era audible a través de los gritos del joven. No sabiendo si temía más al lobo o al hombre, decidió huir. Corrió cuanto pudo, dejando la funesta escena tras de sí. Escuchó un par de disparos en la lejanía.

—¡Ayúdame!— gritó el joven, utilizando hasta el último aliento que tenía.

—¡Ayúdame!— volvió a gritar.

REFUGIADAWhere stories live. Discover now