Capítulo 11 [11.3]

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La sangre brotaba desde su rodilla derecha. Había manchado su pantalón, pero no lo suficiente para que éste estuviera empapado en ella. Como pudo, rasgo la prenda. No podía ir a la clínica, no sin despertar sospechas, así que se decidió por hurgar él mismo dentro de la piel y encontrar a la maldita bala albergada. Se sentó de tal forma en el auto, que fue capaz de clavar los dientes en el volante. Gritó de dolor cuando sacó el objeto extraviado. Por supuesto, no tuvo éxito a la primera, ni a la segunda, lo que alargó su agonía. Al terminar con aquella punzada martirizante; cuando por fin se hizo con el minúsculo objeto metálico bañado en sangre, lo alojó en la guantera e improvisó un vendaje con una tela de algodón que tenía a la mano. El sudor frío se promovió por todo su cuerpo, a Jamie no se le ocurrió mejor forma para aplacar su agonía que tomar el brandy directo de la botella y dar una calada a un cigarrillo de marihuana. Dejó que sus pensamientos fluyeran. Pensó en el hombre al cual le había disparado, le había dado un tiro en el estómago, esperando que éste no sobreviviera. El hombre, por supuesto, era más grande y corpulento que él. Malditos montañeses que parecían estar cortados a imagen y semejanza. Cabrones insolentes que no hacían más que inmiscuirse donde no eran llamados.

Por supuesto, al dar con el sujeto, Jamie no se dejó guiar por la ciega resolución de vencerlo en un combate cuerpo a cuerpo. Optó que dispararle. El imbécil lo estaba investigando, él lo presintió por la forma en cómo sus miradas se encontraban cada que se lo topaba y cómo jamás le dirigía la palabra. ¡Vaya que lo tenía en la mira! Sin siquiera interrogarlo, Jamie pudo asegurar esto último. El mono amarillo estaba al acecho, justo como el propio Jamie cuando estaba pronto a tomar a alguna de sus sumisas.

Jamie pensó en Paige. Una chica alta con cabello lustroso, ojos azules y protuberante trasero. Había sido invitado en la residencia Lindert durante su estadía vacacional en Laguna Beach. Paige era seis años mayor que él y trabajaba de camarera en el bar nocturno Moth Club. Ella lo miraba como a un crío, aun cuando él había derrochado una buena suma de dinero en generosas propinas que la mujerzuela jamás se negó a aceptar. Ella lo hacía sentir insignificante, como si no fuera otra cosa que un niño malcriado queriendo ligar. Lo cual, para mérito de Paige, no distaba demasiado de la realidad. Ella termino por disgustarlo el día en el que1 lo plantó con una dirección falsa de su apartamento. Fue debido a esto, que Jamie dejó a un lado su faceta considerada, raptando a la mujer. Era impensable dejarla hablar, esa perra era tan manipuladora que haría sonrojar a cualquiera de las amigas de su madrastra. Por ello, Jamie le cerró la boca de la forma en que ella lo merecía, acallándola a con sus propias pantaletas... 

Y bien, a  partir de ahí, surgió todo el embrollo. 

Ella lo denunció por violación y rapto. Por su parte, la defensa de su padre la hizo pasar por una prostituta de reputación cuestionable. Lo cual, tampoco estaba lejos de la realidad. A partir de entonces, Jaimie nunca supo más de Paige.

De cualquier forma, ya no importaba.

Meses después, Jamie conocería a Marisol.

Marisol distaba mucho de aquella puta. No sólo por su aspecto físico, su temperamento era enteramente opuesto. Ella no era ostentosa, interesada o de naturaleza gélida. Pureza innata se destilaba a través de su cuerpo y sus movimiento eran gráciles e indefensos. Un día, mientras estaba fuera de casa, decidio ir en su búsqueda y la observó dar clases a sus alumnos y se sintió...

Insatisfecho.

En ese momento supo que tenía que tenerla, aún si con ello ganaba un disparo en la pierna. La necesitaba. Ansiaba su cuerpo desnudo debajo de él, mirar el miedo a través de los ojos oscuros y el aroma de su sexo tibio.

Jamie buscó en los papeles del sobre amarillo, el cual había obtenido después de hurgar en el buzón del hombre al que posiblemente ya estaba muerto. No tuvo que obligarse a olvidar el rostro del sujeto, ya lo había hecho. Encontró un dote poético en ello, la tormenta secundaba a la satisfacción, el gran premio después de su ardua travesía.

REFUGIADAWhere stories live. Discover now